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Realidades no dignas de México; la lepra del alma
Como humanos desde siempre hemos sido violentos, egoístas, ingratos, indiferentes e inconscientes. Desde siempre ha existido el odio y consecuentemente las guerras.
Los cotidianos titulares de los periódicos del país constatan lo propio: muertes violentas, suicidios, drogadicción, trata de blancas, abusos constantes a los derechos humanos, divorcios, accidentes provocados por el alcohol y la velocidad, tiroteos, impunidad, corrupción, pobreza y otras tantas noticias que cotidianamente suben de tono. Pongamos atención a las conversaciones diarias y nos daremos cuenta que estas realidades no son dignas del México que habitamos y habremos de legar a las nuevas generaciones.
El drama
Urge salir de la indolencia para enfrentarnos a nuestras miserias y preguntarnos si en verdad no son las características mencionadas las que, en general, describen a las personas que vivimos en México, para cuestionarnos lo qué personalmente estamos haciendo por nuestra patria; para preguntarnos lo que estamos dejando de hacer.
Es impostergable pensar si acaso no son esos los rasgos de comportamiento que prevalecen en nuestras comunidades inmediatas; preguntarnos hasta dónde queremos llegar; pensar por qué diablos lo sorprendente ya no estas tremendas y desafiantes realidades que se ha apoderado de la mayoría de las ciudades del país, ni los niveles de indigencia que muchas personas padecen; sino que ahora, lo verdaderamente estrujante y lamentable, es haber perdido la capacidad de asombro y acción.
El drama es que, en la mayoría de las ciudades del país, nos hemos acostumbrado a una realidad que antaño sería sencillamente inimaginable, como es el caso de los innumerables lugares que solo intercambian lo bueno de nuestra juventud, por el alcohol, las drogas y por muchísimo vértigo; desgraciadamente, nos hemos habituado a ser parte de la corrupción, a “ver” a tantos adultos, jóvenes, niños y ancianos indigentes, a vivir de prisa con unas enromes gafas oscuras delante de nuestros ojos.
Las noticias hablan de la terrible barbarie: “La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) dio a conocer que son cuatro mil 299 niños, niñas y adolescentes los que han fallecido por homicidios dolosos del 2015 al 2019, derivado de la violencia que se vive en el país (…) “Al bebé lo siguieron rematando”, así los desgarradores relatos de la masacre de Minatitlán”, y así sucesivamente.
Nos hemos transformamos en seres solitarios, apáticos, con el egoísmo a su máxima expresión. Insensibles por México, como esperando que una mano invisible, o los buenos deseos de quienes gobiernan, arreglen esta “deliberada” descomposición social.
Lo doloroso es que muchas ciudades, antes seguras, agradables, alegres, tranquilas, de buenos sentimientos, sitios de convivencia que forjaron y legaron nuestros antepasados, ahora agonizan ante nuestras insensibles miradas.
Cómodamente
Ignoro cuando caímos en eso que la madre Teresa decía: “ustedes que viven tan cómodos, en realidad padecen sin saberlo, una lepra en el alma mil veces peor que la que se sufre cotidianamente en las barriadas más pobres de Calcuta... Esa lepra es la soledad de no tener una mano fraternal; No tener a alguien que vea con interés y consideración; de no ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de ser amado. Cualquier ser es feliz con el sólo hecho de sentirse amado. He pasado frente a sus grandes casas y he visto más infelicidad que en las casuchas y zanjas de Calcuta. En Londres sólo saben que uno de sus vecinos murió cuando ven apilarse las botellas de leche en las puertas de sus casas”.
Ausencia de fraternidad
Lo triste es que el país en general ha dejado de sonreír, sus ciudades agonizan, convirtiéndose en lugares violentos e inseguros, porque a sus habitantes se nos ha enfermado el alma de lepra, porque entre nosotros hemos abandonado la mínima fraternidad para convivir en armonía. Porque ante la ausencia de esa fraternidad vivimos en soledad.
Creo que padecemos de lepra porque no vemos por nuestras escuelas (mismas que también se han materializado e insensibilizado al extremo, inclusive las que no deberían como es el caso de las católicas), porque no estamos de tiempo completo con los hijos y con nuestros padres; porque ignoramos la enfermedad del amigo, la necesidad del alumno, la angustia que sufren nuestros colegas o compañeros de trabajo, o bien porque desconocemos la desesperación del vecino que se ha quedado sin trabajo.
Padecemos lepra porque la envidia, el gusto por consumir y la terrible competencia consumen lentamente nuestros corazones. Sufrimos de lepra porque no tenemos tiempo de ser y nos hemos conformado con parecer, porque encontramos necesario que alguien sufra más que nosotros para aprender a dar las gracias por lo que tenemos y por eso que no tenemos.
Esa lepra que deriva en soledad y desencuentro se acrecienta porque deseamos los bienes del que vive al lado, porque no saciamos la sed del tener, y esa sed se acrecienta por ignorar que somos lo que no podemos comprar.
Lenta muerte
Se nos mueren las ciudades porque hemos sido invadidos por la soledad y dejamos que otros se mueran en aislamiento. Porque corremos a toda prisa sin mirar a nuestros semejantes, porque a la ciudad la ensuciamos, porque no respetamos sus reglas de tránsito, porque somos agrios con lo otros, porque nuestra aparente urgencia nos impide atender lo verdaderamente importante de quienes sufren, porque paulatinamente hemos extraviado la humanidad.
Se erosiona el país debido a que despreciamos con nuestros actos a los bosques, los mares, la flora y la fauna. Porque estamos esperando que todo lo hagan o lo solucionen las autoridades. Porque ahora muchos tenemos que vivir enjutos en nuestras casas. Porque no ponemos límites a nuestros hijos. Porque olvidamos a nuestros ancianos y pensionados, a nuestros padres y abuelos. Porque los que debiéramos luchar en contra de esta calamidad permanecemos indiferentes.
Asustados
México sufre porque está amenazado por la lepra que, deliberadamente, incubamos en nuestras propias almas; porque hemos olvidado dar, reír, rezar, leer, ver por los amigos, cuidar nuestras calles; por no tener el valor de exigir a las autoridades que ejerzan el poder respetando la Constitución y las leyes que de ella emanan; por evitar ser amables, por desoír las necesidades ajenas; porque hemos dejado que nuestras más profundas creencias sobre la familia sean atacadas, difamadas y devaluadas diariamente en los medios de comunicación.
Porque las relaciones de confianza, fiabilidad y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia civil, las hemos obviado. Mancillado.
La ausencia de esa confianza, produce marginales niveles de participación social, lo que conduce a tener un sistema judicial ineficiente, invadido de impunidad y corrupción.
La guerra y la paz
Parafraseando a la Madre Teresa: la paz y la guerra empiezan en el hogar. Entonces si en verdad queremos paz, tranquilidad y seguridad en nuestros hogares y calles, debemos empezar a respetarnos y amarnos, los unos a los otros, en el seno de nuestras propias familias.
Si queremos sembrar alegría alrededor nuestro y que México y nuestras ciudades recobren sus vidas -las de antes-, precisamos que toda familia viva en armonía.
En concreto, si deseamos recuperar a México, a la ciudad en la cual hemos enterrado a nuestros antepasados, es necesario aceptar la decadencia, para luchar incansablemente por la regeneración social, por eso es menester volver a ser sensibles y fraternales, quitarnos la lepra del alma.
Requerimos dejar de preguntarnos que esperar del país, para cuestionarnos que espera el país de cada uno de nosotros. Tal vez, entonces, seremos realmente libres; tal vez así honraremos a todos aquellos que gestaron nuestra patria, a esas personas que ofrendaron su vida por el futuro de México.
Ante tanta desgracia, aún tengo confianza que nuestras almas sanaran, que la lepra desaparecerá, porque, también desde siempre, los humanos hemos sabido despertar y hacer de los obstáculos y el dolor motivos de solidaridad, generosidad y amor.
Programa
Emprendedor
Tec. De Monterrey
Campus Saltillo