Usted está aquí
Reflexiones en torno a la muerte en tiempos del COVID-19
Cerrados los panteones de la ciudad los días 31 de octubre y 1 y 2 de noviembre, la tradicional visita de los deudos a quienes ahí descansan en su sepultura hubo de posponerse obligada por la actual contingencia sanitaria. Lo anterior vino a cambiar abruptamente, como otras cosas en la ciudad, la celebración del día de difuntos. El tema motiva una mirada a las costumbres saltillenses en torno al deceso humano.
El día de muertos en México es en sí mismo una festividad llena de curiosas costumbres. Saltillo no escapa a ellas, si bien, surgen en consonancia con la idiosincrasia propia de un pueblo norteño, habitante y vecino del desierto y que por tradición ha visto a sus difuntos de manera diferente a la de otros pueblos del centro y sur del País.
Los ritos mortuorios actuales en Saltillo ya venían cambiando y la contingencia sanitaria del COVID-19 les dio un vuelco inesperado. Las antiguas costumbres marcaban la velación del cuerpo, todavía hace poco más de 50 años efectuada en el hogar del fallecido, a donde acudían los parientes y conocidos convocados mediante una esquela recibida en su domicilio a través de un propio o de la oficina local de correos. La esquela era una tarjeta o carta impresa en la que se participaba el fallecimiento de la persona y se invitaba a su velación, misa e inhumación. Conozco esquelas saltillenses del siglo 19 que son verdaderas joyas del arte tipográfico funerario, adornadas con viñetas alusivas. Ya en el 20 se imprimían en papel ribeteado en tinta negra, igual que el sobre, y el texto siempre iba precedido por una cruz del mismo color. Las coronas y arreglos florales eran enviados a través de las florerías locales, y las agencias funerarias se encargaban del arreglo de los cuerpos y el traslado del ataúd a la velación, de ahí a la iglesia y luego al panteón. Ahora existen las capillas de velación y en ellas se oficia también la misa de cuerpo presente.
Ya son pocos las ocasiones en que se inhuman difuntos en las fosas de los cementerios. La aceptación de la iglesia católica en relación a la cremación de los cuerpos ha cambiado el rito del entierro y las cenizas se conservan en urnas depositadas, la mayoría de las veces, en criptas a cargo de los templos, de manera que el cuidado de los restos mortales ha vuelto a las iglesias y parroquias, como fue antiguamente.
A principios del siglo 20 los escritores y poetas saltillenses solían escribir versos jocosos dedicados a los vivos para resaltar en tono burlón una cualidad suya o un vicio dominante, y circulaban en algún tabloide impreso para el día de muertos. Esas composiciones constituyen el antecedente de las posteriores “Calaveras”, muy socorridas en la segunda mitad del siglo 20 y escritas también con intenciones de señalar costumbres perniciosas y vicios o virtudes políticas y hasta cualidades de belleza o fealdad física de las personas. Esta costumbre, marginada durante unas décadas reapareció en años recientes en VANGUARDIA. El pasado día 2 publicó las escritas por Enrique Abasolo y Plácido Garza, con magníficas ilustraciones de James.
En 1908 se publicó en Saltillo un tabloide titulado “Corona fúnebre”. Se vendía a10 centavos en la Cervecería Cuauhtémoc y en las casas de Mariano Sánchez y Leonardo Villarreal, y entre muchos otros, contiene unos versos dedicados a Jacobo M. Aguirre, escritor porfirista y secretario del Ateneo Fuente, famoso por su afición a la bebida: “Su manifiesto destino/ nunca jamás desmintió. / Como con vino vivió/ y murió como con vino”. A don Emilio Arizpe le dedicaron unas estrofas: “Fue un simpático muchacho / de valiente y noble pecho; / Y era un hombre hecho y derecho / sin temor y sin empacho. / Le tocó de Gloria un cacho / porque al morir sufrió mucho. / Por inteligente y ducho / le guardaron en un nicho; pues en amores se ha dicho / que era terco como un chucho”.