Roma y la igualdad

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Roma y la igualdad

La República es el espacio donde todos los hombres son libres e iguales, en Roma sobrevivió por pocos años. Ahí funcionó por largos años el imperio. A la fecha, muchos que han sido favorecidos por la lotería social siguen pensando que todos somos iguales, pero unos menos iguales que otros. En este espacio no me quiero referir a la Roma imperial ni a la Roma republicana, sino a la colonia Roma de los años setenta en la Ciudad de México que da título a la cinta de Alfonso Cuarón y que por estos días se ha estrenado.

Maravillosa película que se pone a tono con la intención que muchos tenemos de que en nuestro País se intenta bajar a la práctica la idea de igualar a los desiguales, frase de John Rawls. El guion es muy simple, probablemente la simplicidad sea la clave del click entre el público, el director, los actores y la trama.

La realidad que se vive en nuestro País desde la Colonia, la Independencia, la Reforma, la Revolución, el periodo posrevolucionario y el México que vivimos a partir de los ochenta con la entrada del neoliberalismo no ha sufrido grandes cambios. Una sociedad desigual donde el tiempo no ha pasado y donde las condiciones económicas y sociales de la mayoría siguen siendo las mismas y las distancias siguen sin acortarse. Este es el marco de referencia del que parte Cuarón y que seguramente le dará la posibilidad de participar y probablemente hasta de ganar otra vez un Oscar.

La trama se centra en las vicisitudes que enfrentan dos mujeres, donde lo que les diferencia es el rol que cada una de ellas juega. Una es la patrona de la casa, la otra la empleada doméstica. Lo que me parece altamente sobresaliente es la idea de fondo que maneja el director, la igualdad de los seres humanos independientemente del lugar social que ocupan.

No se distingue quien es el protagonista o quien ocupe el rol principal de la cinta, hay un equilibrio actoral. No es la historia clásica de la cenicienta o la telenovela mexicana. El estereotipo de actriz al que se remite Cuarón no es el usual. No se trata de una despampanante chica que acaba siendo la esposa del hijo del hacendado o del empresario. Es una chica mixteca, morena, baja de estatura y no muy agraciada según los estereotipos actuales.

Por otro lado, no es la patrona gruñona, déspota, que marca distancia con la servidumbre, que impide a los hijos convivan con el servicio y que remarca las distancias sociales. Es una mujer solidaria, que escucha, comparte y le da su lugar a su empleada.

Entre lo cotidiano y la rutina, el autor nos muestra la dignidad del trabajo que realiza una empleada doméstica que en medio de la sencillez juega un rol necesario y fundamental en la familia para la que trabaja. Es la legitimación del trabajo simple y de visibilizar a quienes por mucho tiempo en nuestra estratificada sociedad mexicana han permanecido en la oscuridad.

Son la solidaridad y la fraternidad que aparecen en una sociedad convulsionada como lo es el México de los setenta, donde a pesar de las circunstancias adversas la película denota la humanidad y el apoyo constante al vulnerable, sin juzgarlo ni condenarlo. La película es un poema a la inclusión.

En México hay cerca de 2 millones 480 trabajadoras domésticas, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) 2017. Muchas de ellas no han sido afiliadas al Seguro Social, por tanto, no cuentan con servicios de salud; no han tenido indemnizaciones cuando son despedidas, no gozan de una pensión, han sufrido acoso sexual, no han tenido vacaciones ni aguinaldo, ganan entre uno y dos salarios mínimos y no tienen contrato de trabajo.

Una verdadera democracia se construye a partir de la práctica real de un marco de igualdad de oportunidades que se caracteriza por la generación de condiciones iniciales equivalentes entre los ciudadanos, probablemente por eso se haya retrasado la democracia. Ojalá que en este 2019 promovamos operativamente la igualdad de derechos y oportunidades de todos los trabajadores.

fjesusb@tec.mx