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Salpicón Hay de banquetes a banquetes 2/2
Le contaba que hay de banquetes ha banquetes. La suntuosidad de ciertos episodios de la humanidad, sólo se pueden explicar a través de su gastronomía para darnos idea de lo que está involucrado. Lo anterior se desprende de varios libros y su análisis, entre ellos, el volumen “La mesa de los Reyes: imágenes de banquetes en la Baja Edad Media” de la autoría de M.T. Antoranz, para la editorial ibérica, Zamora.
Hay banquetes que han quedado marcados en la historia misma, por varios motivos: la fastuosidad y sensualidad de unos, los invitados y personajes en otros, los platillos exóticos a degustar en otros más. Uno de éstos fue sin duda el banquete ofrecido por el general Porfirio Díaz con motivo del Centenario de la Independencia de México en 1910. Díaz ya llevaba en ese tiempo, 34 años encimado en la silla presidencial. Había entonces que hacer gala, pompa y boato al presumir al mundo nuestra vocación de mexicanidad, autonomía e independencia. ¿Cómo representarlo? Con un banquete de 12 tiempos… con comida francesa. Se degustó: Consommé Riche, Petits Patés á la Russe, Escaloppes de Dorades á la Parisienne, Noisettes de Chevreuil Purée de Champignons, Foie Gras de Strabourg en Croutes, Filets de Drinde en Chaud Froid, Paupiettes de Veau a l’Ambassadrice, Salade Charbonniére, Brioches Mousselines Sauces Groseilles et Abricots, Glace Dame Blanche.
Aquí se disfrutaron 240 cajas de jerez, 275 de Poully y Mouten Rotschild, 50 cajas de champaña Cordon Rouge, 250 de coñac Martell y 700 de anís. Los invitados llegaron de todas partes del mundo para acompañar a don Porfirio Díaz. Hay varios cronistas e historiadores que han dejado tatuada su pluma en esto, entre ellos el maestro José N. Iturriaga en su libro, “De fondas, zaguanes, mercados y banquetas” editado por el CNCA en 2011. Libro el cual atesora en su biblioteca medieval especializada en cocina, el alquimista de los fogones norteños, Juan Ramón Cárdenas. En honor a la verdad, este señor lector, si fue un gran banquete.
Hay otras comilitonas, agasajos culinarios, muchos, las cuales han pasado a la eternidad de boca en boca, materializándose en impresionantes obras de arte pictórico, en poemas, narraciones o de plano, crónicas. Es el caso del famoso convite de la bella y única Cleopatra, de Egipto. Fue aquello tan memorable, que varios pintores han dado cuenta de ello con sus brochas en la historia de la humanidad. Uno de ellos fue Tiepolo quien pintó su deslumbrante “Banquete de Cleopatra” (1744). Y la anécdota usted la conoce porque la relató Plinio el viejo en el capítulo 58 de su “Historia natural”, donde se cuenta que la bella Cleopatra, para deslumbrar al poderoso Marco Antonio, le dijo que ella iba a organizarle una comida donde gastaría al menos 10 millones de sextercios. ¿Cómo pudo ser aquello? Amén de los fastuoso, el corolario, la magia vino al final: Cleopatra llevaba ese día unos pendientes con perlas. Tomó una, y la puso en su vaso, en su copa de vinagre de vino. Ésta se disolvió y la mítica emperadora la bebió ante los ojos como platos de Marco Antonio (vea usted la hermosa pintura de Jacob Joraens de 1653). Sin duda, uno de los banquetes y claro, la copa más cara de la historia.