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Saltillo canicular
Con su milla de altura, la ciudad está en valle rodeado de sierras.
Su canícula está siendo lluviosa. Y ha vivido –entre calores y chubascos refrescantes– el festivo tripie de la bisagra julio-agosto: la feria, el aniversario de su fundación en solemnidad patronal del apóstol Santiago y el novenario, que concluye el 6 de agosto con la conmemoración de la llegada de la imagen de Cristo, que es ahora de la capilla.
No pocos saltillenses –moradores en otras poblaciones– viajan con su familia en estos días y vienen a disfrutar de juegos, exhibiciones, espectáculos teatrales, cenadurías, asambleas litúrgicas, conciertos y mensajes de fe. Las familias residentes y anfitrionas se convierten en guías para las visitas a museos, plazas, alameda, restaurantes y centros comerciales, presumiendo la ciudad industrial satélite de fina gastronomía y el arteaguense Pueblo Mágico vecino.
Hay una oleada de juventud que brotará, como agua de manantial, de las instituciones educativas, estrenando adultez y acomodándose para servir y resolver. Va creciendo en la comunidad la sensibilidad para no pasar indiferentes ante quienes sufren violencia hogareña o se dejan envolver en pesimismos y depresiones.
Se multiplican los grupos de voluntariado que dan tiempo y vida para acercarse a quienes viven en tribulación y sufrimiento, los acompañan y ayudan con noble solidaridad. Hay algunas, pero se requieren más, asociaciones de capacitación, de elevación humana. El necesitado se vuelve, por su motivación, sujeto de su propio adiestramiento para una vida digna.
Este Saltillo canicular experimenta el tiempo vacacional como una gran oportunidad de unir familias, de mejorar comunicación, de reforzar valores, de blindar todo lo esencial para evitar contaminaciones.
Todas las buenas ideas requieren recursos suficientes y procesos inteligentes para que se configuren en una realidad victoriosa y humanizante. Lo mismo en la calidez de los veranos como en los gélidos inviernos, habrá siempre ese sello noresteño que va perfilando un estilo de vida entusiasmante, en una alegría existencial siempre renovada.
Día o noche, verano o invierno, inundación o sequía, cosecha o granizada, riesgo o complacencia, verán siempre la reciedumbre de una fe, un trabajo esforzado y una creciente actitud fraterna que hace de las diferencias una riqueza de armonía y complementación. Pasará la canícula pero queda siempre ese calor espiritual renovado que no todos sabemos agradecer a quien lo da con tanto amor...