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Sastre con talache
“Burócrata” es un sustantivo que con el tiempo se ha utilizado más como si fuera un adjetivo calificativo. Se usa frecuentemente con una connotación negativa y referencias a la burocracia generalmente indican algo pesado, lento o estorboso. Con la brocha de burócrata, en el sentido que normalmente la escuchamos, se pinta a cualquier empleado o funcionario de Gobierno.
Fui parte de la burocracia federal a mediados de los 90 y me tocó vivir de cerca y desde adentro lo bueno y lo malo de la burocracia. Estuve unos meses del Gobierno de Salinas y cerca de tres años en el Gobierno de Ernesto Zedillo. Mi primera oficina estaba en el Palacio Nacional. Recuerdo, como si fuera ayer, llegar a mi trabajo saludando al soldado (sin respuesta de su parte) que se encontraba en la puerta que lleva a un costado del famoso mural de Diego Rivera. Sí, me tocó comer tacos sudados de canasta y tortas de tamal y hasta de pulpo adentro del palacio. Escucho todavía la música de los organilleros que generalmente estaban en el área del zócalo. No se me olvidan los plantones de maestros o de zapatistas frente a palacio.
Recuerdo mis años en el Gobierno de manera muy positiva y agradezco la oportunidad que me dieron mis primeros jefes. Tenía un trabajo hasta cierto punto técnico y no de contacto con los ciudadanos, lo cual en sí cambia un poco el perfil de mi experiencia de burócrata. Me tocó conocer gente muy capaz, comprometida y trabajadora. Era normal para algunos de nosotros tener jornadas de 12-13 horas diarias. También me tocó conocer al prototipo del burócrata que ha logrado que la palabra “burócrata” tenga esa connotación negativa. Pude observar que en distintas áreas del Gobierno se privilegiaba tener un equipo grande en lugar de uno efectivo. Es más, era misión imposible para quien quisiera traer algo de eficiencia presupuestal traducida en recortes de plazas no productivas. Ahí en Palacio Nacional me di cuenta que era necesario tener un elevadorista para operar un elevador en un edificio de tres pisos. En aquellas épocas, y creo que hasta cierto punto hoy en día, coexistían en los niveles medios jóvenes profesionistas que veían en el Gobierno una oportunidad de aprendizaje y crecimiento profesional, con otros de todas edades que encontraban en las telarañas de las organizaciones de Gobierno una oportunidad de pasar por abajo del radar mientras cobraban una quincena. Presiento que los usos y costumbres del aparato de Gobierno federal no han cambiado mucho, tal vez a reserva de que ha habido más profesionalización en áreas técnicas que con dificultad conservan sus empleados valiosos, ya que esos tienen oportunidades fuera del Gobierno.
Aplaudo la iniciativa de adelgazar al Gobierno. Pero me es difícil entender qué es lo que busca el presidente electo con recortes en sueldos, despidos sustanciales y reubicación de lo que se conoce como “empleados de confianza” (¿eso significa que los sindicalizados no son de confianza?) No dudo que perdamos miles de buenos burócratas si el plan es burdo. Corremos el riesgo de perder a los mejores a cambio de los mediocres y entonces sí se tendrá una estructura burocrática que será tal vez barata, pero sin duda “burocrática” en el mal sentido de la palabra, cuando lo que se necesita es un Gobierno ágil, eficiente y efectivo. Hay mucha tela de donde cortar en la burocracia, pero se necesita un verdadero trabajo de sastre profesional, uno que sepa donde doblar y donde cortar. Preocupa que AMLO vaya a ajustar la bastilla del pantalón con talache y no con hilo y aguja.
@josedenigris