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Sensaciones... con cubre bocas
Por donde vivo, todas las madrugadas suena en la lejanía el silbato de la locomotora -puntualito- a las 3.
Les platico: como mi abuelo era ferrocarrilero, mi abuela Lupe me había enseñado a distinguir el silbato de una máquina -como les llamábamos- de carga del de una de pasajeros.
Pero a esos tiempos ya se los llevó el tren, porque ahora, por las vías solo corren los de carga.
El cuento es que a mí, escuchar semejante sonido me transporta al pasado, y la cabeza y el pecho se me colman de añoranzas de tiempos idos que yo creo no volverán.
NOSTALGIA Y AÑORANZA
A eso se le llama nostalgia y entonces, me lleno de esa palabra, que puede ser de una tristezas o alegrías aderezadas con olores y no se diga, de sabores. Y así, aparece también la añoranza.
Tengo la costumbre de llenar la casa de recuerdos físicos de lugares donde he andado y de cosas que me han sucedido, a tal grado que de repente me veo metido en el cuento de mi añorado “Cronopio”, Julio Cortázar.
Sí, aquél que se llama “Casa Tomada”, donde las cosas eran tantas en aquella donde vivía La pareja del cuento, que terminaron siendo echados a la calle por dichas cosas.
Un día reflexioné sobre ese asunto y descubrí que en realidad yo colecciono sabores, más que cosas, y para hacer eso se necesita ser un perro callejero -y encima café- como soy yo, que come de todo en todos lados y no se enferma y duerme en cualquier sitio y hasta ronca, quedito, como lo hacen los perros cafés.
A donde quiera que voy me meto en las casas de la gente y les pido que me inviten a comer y mientras más pobres son las casas y su gente, más disfruto la comida.
Un día que andaba con la inseparable de mi vida que es mi Gaby, conocimos a una especie de guía callejero de turistas que quería ganarse unos cuantos billetes si aceptábamos ir a uno de esos desayunos “sin compromiso” que ofrecen los hoteles de tiempo compartido.
Terminamos dándole lo que se iba a ganar de comisión, con la condición de que se comprara lo que necesitaría para invitarnos a comer en su casa y fue la más deliciosa sentada a la mesa de aquel viaje, pues estaban ahí su esposa y sus hijos platicándonos de la vida que llevaban en aquella ciudad, mientras le meneaba nuestro amigo a la olla y a los sartenes.
Y como esa experiencia, un montón, que llena mis recuerdos de olores y sabores que por muchos que sean, nunca nos van a echar de la casa, como sí lo hicieron las cosas del cuento de Cortázar con sus ocupantes.
Y entonces, termino cayendo en la cuenta de que lo que en verdad colecciono, son sensaciones.
CAJÓN DE SASTRE
“Los recuerdos se vuelven memorables cuando se despojan de todo aquello que nos ate a tiempos y espacios, y en su lugar, nos hagan vivir la ignota sensación del contacto con otras personas, que por lo pronto y quién sabe por cuánto tiempo, seguirá cubierta con el tapabocas de esta época”, dice la irreverente de mi Gaby.
Para mi amigo Luis Padua, a quien le gustaba que escribiera cosas como ésta. Espero que me siga leyendo... y que le sigan gustando.