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¿Sí hay empleo?
A estas alturas de mi patética vida ya no puedo cambiar de oficio. En pocas palabras, no sé hacer nada. Y como no sé hacer nada, pues sigo haciendo lo único que sé hacer desde chavo (a los 19 años publiqué mi primer texto aquí en VANGUARDIA y en la revista, hoy desaparecida, “Criterios”): escribir. Publicar.
Editar. Mi talento es limitado, sobre todo para manejar el ábaco del comerciante, del empresario, del emprendedor. Como soy malo para las matemáticas, pues las finanzas no se me dan. Mi conocimiento de la economía es tan precario, que se limita a poner en un cajón los recibos que se van apilando para pagar. En otro cajón, los pocos emolumentos que cobro por mis textos, libros y artículos. Eso es todo.
Ya no puedo cambiar de oficio por más que quiera o que la necesidad me obligue a ello. No doy una en otros aspectos de la vida cotidiana. No soy hábil para nada. Y esto de la “artisteada” pues no deja. Necesitaría estar de rodillas ante el gobierno para cobrar buenos dineros, que así es como tratan a los “artistas e intelectuales” afines a ellos: dóciles, sin pizca de rebeldía y menos de libertad.
¿Quiere pruebas? Van dos, dos ejemplos admirables. Uno de un narrador, de los más finos y con brazo para lanzar. Es Ismael Martínez Ornelas. Joven él. Alguna vez colaboró de tiempo completo en una revista de la localidad. Sus textos se caracterizan por hurgar en la oscuridad del alma humana. En la torva mirada de los humanos que deambulan sin porvenir entre nosotros; deambulan y nadie, nadie los ve y menos se les pregunta qué necesitan. Sus prosas oscuras y macilentas abrevan de esta vida preñada de sombras y recuerdan a su santo tutelar, José Revueltas.
Pero como don Ismael Martínez Ornelas no forma parte del establo oficial ni pertenece a cofradía alguna de talleres o seminarios de halagos mutuos, donde se forman en línea los “jóvenes valores” por los “profesores” de siempre –anquilosados y podridos en la formación de muchachos imberbes que les tributan cuando aprenden a leer y un poco a escribir–, éste se dedica al mundo real: es mesero. Don Ismael Martínez Ornelas, en la soledad de su residencia, armado con una buena botella de licor, y luego de su trabajo cotidiano como camarero en un restaurante local, se dedica a escribir historias plagadas de ira, linfa y cólera; sí, eso que bulle diario en al condición humana. Pero se dedica a trabajar como camarero (es licenciado en Filosofía y Letras) porque aquí, al menos, sale la “papa” para irla pasando. Nada nuevo. El otro ejemplo es de un artista ya consagrado. Es el maestro Horacio García Rosas, el popular y conocido “Lacho”.
Esquina-bajan
García Rosas es un artista plástico de los mejores y más altos que ha dado este Estado. Con “Lacho” me une una amistad a prueba de fuego. Hace poco lo topé como siempre en plena calle y agarramos una charla buena de a madre. Me comentó de su nuevo empleo: Coordinación de Vigilancia en un concurrido centro comercial. Sí, uno de los pocos discípulos que tuvo el maestro Rufino Tamayo, con obra plástica premiada a nivel nacional, está trabajando en el sector de la seguridad y vigilancia porque lo suyo, su arte libre y arriesgado, no tiene cabida en las paredes lustrosas del oficialismo y mansedumbre de la Secretaría de Cultura de Ana Sofía García Camil. Uno, escritor; el otro, artista plástico. Uno, camarero; el otro, vigilante.
Yo, un inútil. Si pudiese cambiar de empleo, lo haría, pero no sé hacer ni madres. Lo anterior lo platico porque VANGUARDIA, en voz de su reportero Édgar Moncada, acaba de dar las cifras que a la vez dio el INEGI con motivo del desempleo en Coahuila. Es decir, ya no estamos en el Top Ten del País como en meses y años anteriores, ahora somos la 13ª posición (3.9% de desocupación laboral), pero tampoco es para celebrar, carajo. El deslenguado columnista Luis Carlos Plata lo ha publicado una y otra vez en su cotizado espacio dominical: se paga tan poco en el Estado que en Coahuila sólo somos maquiladores, somos obreros; sin mano de obra calificada y menos con salarios de ejecutivos. Es decir, esa mamada a la cual le dicen “calidad de vida” aquí no existe.
La población ocupada en Coahuila es de un millón 264 mil 956 personas, sí, está bien hasta aquí, pero con sueldos de miseria; trabajos atados a una banda de producción si no es que de plano, como en épocas pretéritas, sólo había empleo de barrendero, poda-jardines, pinta bancas, carga bultos… es decir, la pura jodidez. Sólo salarios de hambre. Por eso los jóvenes se suicidan, no hay futuro, no hay alegrías ni esperanza. Jorge Verástegui, secretario de Salud, debería de saberlo. Bajar un poco de su ampulosa burbuja económica y, sí, atender a los “atiriciados” de alma y corazón (van 35 suicidas. El último, José Ramiro Soto, de apenas 23 años).
Letras minúsculas
Martínez Ornelas y don “Lacho”, ejemplos de trabajo, libertad y obra creativa. Si pudiese, buscaría “jale” de algo rentable…