¡Sin límites!

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¡Sin límites!

Ilustración: Vanguardia/
En el mundo existe un selecto grupo de atletas que todos los días, al amanecer, interiorizan sus metas al empezar sus jornadas. Seres humanos que tienen la convicción que en la vida es imprescindible la decisión, la persistencia, así como el ímpetu para desarrollar una enorme voluntad y la claridad mental que les permita competir contra sí mismos, contra el implacable reloj, más que en contra de otros atletas
Primero te propones un objetivo claro y luego tratas de alcanzarlo; después, es necesario igualarlo para sobrepasarlo y entonces es necesario fijarte uno superior y así sucesivamente”.
Maurice Greene, atleta estadounidense.

'Nada ni nadie puede en contra de una
persona que tiene un espíritu indomable,
que sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos'

CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR
En memoria de mi primo Mauricio de Valle G.

 

9.79 SEGUNDOS

Hasta hace poco tiempo parecía imposible que una persona se desplazara 100 metros en 9.79 segundos. Sin embargo, en 1999, un joven perteneciente al selecto grupo de atletas logró la hazaña, me refiero a Maurice Greene.

Maurice Greene –también medallista olímpico en Sydney 2000– asombró al mundo cuando sus poderosas piernas en promedio recorrieron un poco más de ¡10 metros por segundo! Pero más fascinante resultó la declaración que al final de la competencia hiciera, pues se atrevió a decir: “sé que aún puedo ir más veloz: buscaré llegar a los 9.60 segundos”.  

Para Maurice todo era cuestión de metas: “primero –solía decir– te propones un objetivo claro y luego tratas de alcanzarlo; después, es necesario igualarlo para sobrepasarlo y entonces es necesario fijarte uno superior y así sucesivamente”.

INDOMABLE

El espíritu indomable de Maurice siempre llamó poderosamente mi atención,  razón por la cual me empeñé en investigar su estrategia ganadora y encontré algo sorprendente.

Obviamente –y antes que todo– para ser un atleta de esta talla se requiere tener el don, el cual indudablemente es un reglo de la naturaleza: un cuerpo fuera de serie, una capacidad muscular y respiratoria nada común que ha de combinarse con una voluntad a toda prueba, con un proceso de entrenamiento físico y mental extenuantes, además también tienen a su lado mucho dinero que apoya al ingenio humano: la posibilidad de poseer un equipo (tenis y vestuario) científicamente diseñados. 

Pero lo extraordinario es que, en el fondo, también se encuentra algo que sospechaba: un monumental trabajo basado en una técnica estudiadísima la cual, en cada carrera, Maurice desarrolla con fenomenal exactitud. Es decir, después de todo, ser un ganador de esta magnitud se encuentra en función de la capacidad para implementar un programa de acción cuidadosamente diseñado que, sobre todo, deber ser puntualmente emprendido.

EL DESCUBRIMIENTO

Aunque nos parezca inverosímil, para lograr la hazaña, el corredor y su entrenador, dividieron los 100 metros en siete etapas cuidadosamente entretejidas:
La  primera es denominada “la magnitud de reacción”. Esto implica estar preparado para arrancar, al mismo tiempo en que suena disparo, con la cabeza y el cuerpo  inclinados, como queriendo rascar con las manos la misma pista y de ella tomar impulso (precisamente en la forma contraria en que todos los atletas de esta disciplina lo hacían). Greene confiesa que el primer paso es el más importante de todos, ya que es el que determina ganar o perder, es el que encierra el deseo de ser, de acometer, de apasionadamente llegar a la meta fijada. 

Luego viene la fase de clarificar el terreno: mirar siempre hacia adelante, nunca a los demás competidores. Esto encierra el principio fundamental de que la prueba es siempre contra uno mismo; por lo tanto, para arribar a la meta hay que saber que cada paso que en el terreno se emprende implica una personalísima responsabilidad, que ya ha sido pensada, que ha sido recorrida previamente en el alma.

La etapa tercera la denominan el “drive” y es el momento de consumir toda la energía posible, guardando un especial énfasis en la cadencia respiratoria. La cuarta etapa se asemeja a cuando en un carro cambiamos de una velocidad a otra y la denominan “punto de transición”, o “mili momento” y es ahí en donde le otorga a su cuerpo y mente las capacidades necesarias para pasar a la quinta etapa que es la aceleración total: infundir a la marcha la máxima potencia acumulada en el entrenamiento. La sexta fase es decisiva, pues en esos segundos el objetivo es mantener la velocidad, el ritmo y las zancadas que ya  fueron alcanzadas. 

El séptimo y último ciclo consiste en la desaceleración y empieza precisamente en el momento que se ha pasado la meta. Aquí es indispensable dar al cuerpo el espacio requerido para llegar a la quietud, tal como se encontraba en el momento inaugural de la carrera. ¡Y todo esto lo hace en 9.79 segundos! 

¡Asombrosamente Maurice debía calcular siete distancias en esos 100 metros para cumplir inequívoca y totalmente con el ciclo previamente diseñado y así alcanzar el triunfo!

SIN ALIENTO

Todo esto me ha dejado sin aliento. Tal vez sea cierto el antiguo refrán que dice “lo que no da natura, no otorga Salamanca”, pero para realizar los sueños, adicional al propio talento, es necesario hacer lo que Greene descubrió en sus años de campeón: ocupar activamente todos los recursos que habitan en el alma para domar y formar a natura. Esto implica diseñar una estrategia, un método para aligerar y otorgar destino a las metas personales. 

INCREÍBLE: ¡9.58 SEGUNDOS!

Con los 100 metros de Greene podemos descubrir que para alcanzar los posibles –que vamos abandonando en la vida por pensarlos imposibles–, es ineludible dejar de luchar en contra de uno mismo y de los demás para mejor iniciar un diálogo con nuestra traviesa conciencia, con nosotros mismos, a fin de descubrir capacidades latentes aún dormidas.

El encuentro con este legendario corredor nos muestra que, tal vez, no existe carrera perfecta, pero que lo imposible siempre puede ser sobrepasado cuando se sabe que todos poseemos un inmenso espíritu alado y la capacidad de desarrollar estrategias para alcanzar los fines que nos proponemos.

Prueba de lo anterior es saber que, en el año 2009, el majestuoso jamaiquino Usain Bolt logró lo que aparentemente era “imposible”: correr los 100 metros en solo ¡9.58 segundos! Marca lograda en el mundial de atletismo en Berlín.

Cabe mencionar que Bolt padece escoliosis (una curvatura anormal de la columna vertebral que en el caso de Bolt hace que su pierna derecha sea media pulgada más corta que la izquierda), pero esta enfermedad no le impidió llegar a ser el hombre más rápido del planeta. Cuestión de voluntad… Y de estrategia.

NADA NI NADIE

Este super atleta, hoy retirado, también tendía su estrategia: “si tengo una buena reacción –decía Bolt–, puedo meterme en la carrera. Los primeros 30 metros son la fase de impulso, pongo el cuerpo inclinado y sigo empujando. 50 metros, alargo la zancada, subo las rodillas, bajo los hombros y veo quién viene a mi lado. A los 60 metros me convierto en una bestia y comienzo a dominar la carrera. Regularmente, sé si voy a ganar desde los 60-70 metros. En los últimos 15 metros, no me alcanzas, no importa quién seas o qué hagas”.

Me pregunto: ¿En verdad existen los límites o son el resultado de nuestra imaginación? 

Posiblemente, creer que no podemos lograr alguna meta es lo que hace que no la alcancemos. 
Nada ni nadie puede en contra de una persona que tiene un espíritu indomable, que sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos, y que desarrolla estrategias para alcanzar sus más caros anhelos.  


cgutierrez@itesm.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo