Aficionados idiotas o sobrevivientes implacables
Sam Altman, director de OpenAI, un grupo que estudia la inteligencia artificial, se convirtió en estandarte del movimiento preparacionista del área de la bahía de San Francisco después de que se publicó un artículo del New Yorker en 2016 en el que reconoció que reunía “armas, oro, yoduro de potasio, antibióticos, baterías, agua, máscaras de gas de las Fuerzas de Defensa Israelíes, además de tener un gran tramo de tierra en Big Sur al que puede volar”.
Actualmente no está en Big Sur, todavía no. Cuando lo llamé hace poco, aún estaba en San Francisco, donde ha estado trabajando con su hermano, Max Altman, para organizar un pedido al mayoreo de mil millones de cubrebocas de un solo uso provenientes de China.
Para Sam Altman, los primeros días del coronavirus capturaron una tensión que se ha desarrollado desde hace mucho entre los líderes tecnológicos y una prensa que consideran despectiva y demasiado negativa.
“La pregunta interesante no es ‘¿por qué Silicon Valley tenía razón?’, sino ‘¿por qué todos los demás estaban tan equivocados?’”, comentó Altman. “Una teoría es que se debe a que inicialmente era en su mayor parte la industria tecnológica la que decía que la situación era pésima, y a los medios parece gustarles decir que está mal lo que piense la industria tecnológica, sobre todo si con eso ganan algunos clics; se burlaron de la gente que sonó la alarma”.
En enero y febrero, observó cómo inversionistas prominentes de Silicon Valley —de manera notable Balaji Srinivasan, Paul Graham y Geoff Lewis— comenzaron a tuitear mucho sobre el coronavirus.
El 13 de febrero, cuando Vox publicó un artículo con el titular “‘Dejemos de estrechar las manos, por favor’: la industria tecnológica está aterrada del coronavirus”, muchos catastrofistas tecnológicos se enfurecieron, convencidos de que se estaban burlando de ellos, y de que el público no estaba escuchando. En ese entonces, gran parte de la cobertura noticiosa convencional dependía de la Organización Mundial de la Salud y de los mensajes del gobierno que desanimaban el uso de cubrebocas y menospreciaban los riesgos del virus.
Sin embargo, aumentó el número de preparacionistas tecnológicos. Un converso es Ari Paul, director de inversiones de BlockTower Capital, una firma de inversiones de criptomonedas, quien vio los tuits de Srinivasan y comenzó a acumular provisiones en febrero. “Compré unos guantes de nitrilo, un mes de alimentos, un mes de agua, y saqué algunos meses de efectivo”, me dijo Paul desde un lugar en la zona rural que no reveló. Ha comenzado a guardar un machete cerca de la puerta, solo por si acaso.
Y luego estoy yo. Durante años, consideré a los catastrofistas de Silicon Valley como una tribu local excéntrica, en el mejor de los casos aficionados idiotas, y, en el peor, separatistas de élite que fantaseaban con la idea de dejar que el resto de nosotros estuviésemos expuestos a la muerte.
Pero en enero, cuando comencé a darme cuenta de que los preparacionistas hablaban de manera especialmente preocupada sobre una suerte de neumonía en China, compré un poco de desinfectante. Después compré guantes y un par de cubrebocas. Encontré The Prepared y devoré sus consejos. El argumento central del sitio tenía sentido: prepararme significaba que ocuparía un lugar menos en el sistema de atención médica durante una crisis. Comencé a pensar en lo que daba por sentado. Era como un juego que jugaba de noche: tratar de imaginar cómo distintas partes de mi mundo podrían fallar y cómo podría seguir viva.
Poco después tenía un kit catastrofista. Adentro había medicina antigripal, linternas de minero, sardinas, guantes, antiparras, cinta adhesiva, una lona, una pistola paralizante Vipertek VTS-989 y algunos silbatos. Gracias a eso, he podido enviarles suministros por correo a mis padres, y pude darles gel antibacterial y cubrebocas de calidad a mis amigos. Terminé preparándome demasiado, así que doné los objetos adicionales a una clínica local.
Me he dado cuenta de que quienes primero se burlaron de los catastrofistas de Silicon Valley llamándolos alarmistas ahora tienen el instinto de llamarlos engreídos. En efecto, algunos de ellos lo son. Pero eso no cambia que ellos supieron que esta situación —o algo parecido— ocurriría.
¿Cómo adquiero un arma?
Hace casi una década, Ramey estaba viviendo en San Mateo, California, y trabajaba como director ejecutivo de iSocket, una empresa emergente de publicidad en línea. Un día, después de beber café con un colega fundador, Ramey abrió la cajuela de su auto, y sin querer reveló algo a lo que se refirió como su “Kit para llegar a casa”, lleno de cosas que podría necesitar si de pronto ocurría un desastre. (“Cosas básicas”, dijo: un kit de primeros auxilios, raciones de alimentos y agua, una radio, una herramienta multipropósito, un mapa, una brújula, cables de puente, una navaja para quitarle a alguien el cinturón de seguridad después de un choque).
Según Ramey, ese fue el momento que lo convirtió en “uno de los primeros preparacionistas que salió del clóset” en la comunidad de Silicon Valley. “Otros fundadores e inversionistas comenzaron a consultarme cuando lo necesitaban”, comentó. “Y me preguntaban: ‘¿Cómo armo un kit?’. Y después se quedaban callados y preguntaban. ‘¿Cómo adquiero un arma?’”.
Más tarde, Ramey comenzó a trabajar como asesor de innovación en la Casa Blanca durante el gobierno de Obama. Estuvo involucrado en la creación de la Unidad Experimental de Innovación de Defensa, un proyecto del Pentágono para mejorar vínculos entre el Departamento de Defensa y la industria tecnológica, antes una relación estrecha que según Ramey había empeorado. Desde ese entonces, el proyecto se deshizo de su etiqueta de “experimental” y se convirtió en una organización permanente dentro del Pentágono. Sin embargo, la experiencia de Ramey en el gobierno no le dio seguridad en torno a la capacidad del país de soportar una crisis.
“Tenía la creencia ingenua de que hay salas llenas de personas inteligentes que trabajan en los problemas esenciales que enfrentamos, y, en cuanto entré a esa sala, me di cuenta de lo equivocado que estaba”, dijo Ramey. “Literalmente aún ejecutaban nuestros códigos nucleares en discos flexibles”.
Cuando Donald Trump resultó electo a la presidencia, Ramey decidió que era hora de prepararse seriamente para una catástrofe. En 2016, se mudó del área de la bahía de San Francisco a un terreno en Colorado. Quería que se transmitiera el mensaje.
Sintió más que nunca que todos los estadounidenses debían prepararse. Pero primero debía enfrentar las percepciones populares sobre los catastrofistas: se cree que son personas rurales, muy conservadoras y extremadamente paranoicas, quienes alistan sus búnkeres para un ataque nuclear sorpresa o el Apocalipsis.
“Tan solo para averiguar cómo armar un kit para sismos, debías escuchar a alguien hablar de cómo Hillary Clinton se robaría a los hijos de las personas”, comentó Ramey.
Quería que el entorno de los catastrofistas fuera más acogedor para los cosmopolitas: personas urbanas, liberales, preocupadas por el cambio climático y la inestabilidad social, temerosas de que el gobierno de Trump agrave los problemas o genere una crisis.
Al principio, Ramey publicó consejos en textos compartidos en Google Docs. Cuando eso se volvió poco manejable, comenzó The Prepared y trajo a Jon Stokes, uno de los creadores del sitio de noticias tecnológicas Ars Technica. “En mi propio círculo, existía la idea de un tipo de ruptura en la que algo que de manera generalizada no se esperaba que fuera posible, de pronto ocurre”, dijo Stokes acerca de la elección de Trump. “Y, sabes, la gente pensaba: ‘Bueno, quizá el mundo ya no funciona como lo pensaba”.
Ramey describe la audiencia de The Prepared como “preparacionistas racionales”. Son personas a las que les gusta calcular los riesgos y abordar la preparación como si fuera un juego. El contenido, dijo Ramey, inevitablemente atrae a los que se oponen a las vacunas, pero los moderadores tratan de eliminarlos del sitio, conscientes de que a su tribu no le gustan las teorías de conspiración sin fundamentos. Muchos de los lectores de Ramey preferían prepararse discretamente para no parecerles excéntricos o paranoicos a sus amigos y vecinos.
El coronavirus cambió esa situación y convirtió al catastrofismo en una tendencia convencional. The Prepared ha cuadriplicado a su personal; antes contaba con tres empleados y ahora son doce. Los inversionistas incluyen a los cofundadores de LivingSocial, Square, el creador de Google AdSense y Coinbase, así como los primeros ejecutivos de Facebook y Twitter.
‘Van a venir por nuestra comida'