Sueño de Garcilaso

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Sueño de Garcilaso

Foto: Especial

“Sólo en sueños, sólo en el otro mundo del sueño te consigo…” 
Jaime Sabines

En la Primera Égloga de Garcilaso de la Vega (1503-1536), en la que el pastor Salicio llora el amor perdido o no atendido de su amada Galatea, narra un sueño premonitorio. Como en tantas otras obras literarias, el sueño reaparece aquí casi como un leit motiv literario:

“¡Cuántas veces durmiendo en la floresta, / reputándolo yo por desvarío, / vi mi mal entre sueños desdichado! / Soñaba que en el tiempo del estío / llevaba, por pasar allí la siesta, / a beber en el Tajo mi ganado; / y después de llegado, / sin saber de cuál arte, / por desusada parte / y por nuevo camino el agua s´iba; / ardiendo yo con la calor estiva, / el curso enajenado iba siguiendo / del agua fugitiva. / Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.”

Aunque la “estancia” –esta forma poética- es perfectamente comprensible, hagamos un ejercicio simple: prosifiquemos la estrofa de manera libre y un bastante arbitraria. Quizá podemos decirla así: 
“¡Cuántas veces durmiendo en la floresta vi mi desdichado mal [de amores] entre sueños, creyendo que se trataba de un simple desvarío! Soñaba que en el tiempo del estío, con el fin de dormir allí la siesta, llevaba mi ganado a beber en el río Tajo; después de haber llegado, sin saber de qué manera [como por arte de magia], el agua del río corría por un cauce que no era el usual [desusada parte]; ardiendo yo por el calor del estío, iba siguiendo el curso “enajenado” [ajeno de sí] de aquella agua en fuga [fugitiva]…”

No será la primera vez que el sueño aparece en la poesía de Garcilaso; tampoco en la de su amigo Juan Boscán y menos en la de otros poetas, tanto de la Antigüedad como de todas las épocas de la historia del hombre y del arte. Lo encontramos en las mitologías, en Esquilo y en Sófocles, en Cicerón –sueño de Escipión el Africano-, en Dante, en Coleridge, en Proust y en muchos otros artistas y pensadores.

También lo hallamos en las artes visuales, en el teatro y en el cine. Pero el sueño no es sólo un feliz “recurso” del Romanticismo; tampoco del Surrealismo o del Psicoanálisis. En la “La Ilíada” y “La Odisea”, por ejemplo, el sueño y otras estrategias mágicas son, para los entendidos, un instrumento de adivinación.

“La interpretación de los sueños”, la magna obra de Sigmund Freud, no es sino la sistematización “científica” de mucho lo que el sueño ha significado para los seres humanos. En su denodado afán de ser considerado un “empirista”, un “científico”, y no un mero especulador, Freud subrayó una y otra vez que esta obra le había costado años de investigación y que para su escritura había estudiado un sinnúmero de casos.

Salicio, el bucólico personaje de Garcilaso, sueña un río, pero en el mundo nebuloso del sueño, las aguas de ese río “se iban por desusada parte”; desesperado, el pastor persigue el curso de unas aguas que huyen siempre: son aguas fugitivas, como las de todos los ríos, como las del río de Heráclito o como las que persigue el Inmortal de Borges.

Sin embargo, el sentido del poema de Garcilaso no es filosófico, aunque en el fondo todo poema, todo poeta, atesora una filosofía, una metafísica y una ideología. El amor -lo he sospechado antes- nos arrastra al acto límite del filosofar. Garcilaso no es una excepción.

En plena obsesión onírica, existencial y contestataria, Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613) escribe este soneto que parece un fragmento de “El jardín de las delicias” de El Bosco: “Imagen espantosa de la muerte, / sueño crüel, no turbes más mi pecho, / mostrándome cortado el nudo estrecho, / consuelo sólo de mi adversa suerte. // Busca de algún tirano el muro fuerte, / de jaspe las paredes, de oro el techo, / o el rico avaro en el angosto lecho / haz que temblando con sudor despierte. // El uno vea el popular tumulto / romper con furia las heladas puertas, / o al sobornado siervo el hierro oculto. // El otro, sus riquezas descubiertas / con llave falsa o con violento insulto, / y déjale al amor sus glorias ciertas.”

El onírico río garcilasiano que, “enajenado”, sale de su cauce ¿representa a Galatea, su amada, la esquiva? El sueño revela a Salicio que su dolor, sus lágrimas, su ruego son del todo inútiles, pues Galatea será siempre para él una “fugitiva”, una “hiedra en otro muro asida”.

Como en otros momentos de la historia de la cultura, en los Siglos de Oro españoles –y aún antes en medio de una España apenas naciente- el sueño aparece una vez y otra. Nos envuelve desde “El Cid”, nos asalta en Juan de Mena, en Jorge Manrique, en Juan Boscán, en Lope de Vega, en el negro Quevedo, en Calderón de la Barca, en Cervantes y en otros poetas y pintores, incluyendo a Sor Juana. La historia del arte está llena de sueño.

Sueños, sueños de toda índole. Sueños que, por la prisa, concentro en estos versos de la “Epístola moral a Fabio”, de Andrés Fernández de Andrada (¿1560-?): “¿Qué es nuestra vida más que un breve día / do, apenas sale el sol, cuando se pierde / en las tinieblas de la noche fría? // ¿Qué más que el heno, a la mañana verde, / seco a la tarde? ¡Oh ciego desvarío! / ¿Será que de este sueño se recuerde?”. (Mías las cursivas).