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Teoría del disfraz
Día de muertos, día de todos los santos. El calendario aprieta y es menester celebrar a nuestros muertos. Caray, ¿qué palabras he escrito? Celebrar la muerte. Sí, así somos en México. Y aparejado con lo anterior, con esta celebración prehispánica, abundan los bailes de disfraces y fiestas con este motivo. De hecho, cualquier día es buen motivo para un mexicano, para irse de baile, de copas y celebración. De un buen tiempo a la fecha e imitando el consumismo norteamericano, abundan las fiestas de disfraces estilo gringo. Emparentadas, claro, con las fiestas de disfraces de carnaval en cualquier parte del mundo. Y una confesión: nunca he ido a una fiesta de disfraces. Mejor dicho, sí he ido a varias, año con año, es decir, voy a las fiestas de disfraces y concursos que se organizan en los salones de baile, tabernas y tables dances regios, pero la cosa aquí es que yo en lo particular, pues no voy disfrazado de nada. Sólo admiro a las señoritas vestidas (lo poco que las viste) o disfrazadas con atuendos bellos, cortos y sensuales. Nada más.
Cuando joven, adolescente, fui a una fiesta de disfraces aquí en Saltillo; creo recordar, me puse una capa negra de estilo y me vestí de Jesús Cedillo: saco a cuadros tipo escocés, pantalón, camisa y pajarita y mancuernillas; a lo cual agregué un bastón y guantes blancos: una pálida imitación de un caballero inglés, ja.
Me divertí mucho y fue con parte de la alta sociedad de la región. Para aquellos que dicen la misma muletilla de siempre: Saltillo es cerrado y puritano, no saben lo que dicen. Eso será en su radio de acción. En la vida real, Saltillo es una fiesta perenne y sólo hay que estar en el lugar justo en el momento justo. No voy a platicar más de lo tanto que he visto. Aprieta en el calendario el día de muertos y todos los santos y abundan los lugares para bailes de disfraces. Tanto aquí como en mi Monterrey.
Y lo anterior viene a cuento porque acabo de leer de corridito y en una noche feroz de insomnio, las cuales son recurrentes en mi vida, el libro “La Luz que Regresa”, antología de textos de Salvador Elizondo. Aquí se reúnen textos de cinco de sus más emblemáticos libros, entre ellos, “Narda o el Verano”, “El Grafógrafo” y otros. Había leído textos sueltos de él en revistas, pero nunca sus libros o parte de ellos. El azar quiso que ahora sucediese. No me han conmovido.
Apenas si han movido su lectura mis labios y mi cabeza; luego, una mueca. No sé si de agrado o desagrado. La narrativa de Elizondo no es lo mío, lo he confirmado una vez más; por ello, creo, jamás me había interesado leerlo de corridito. Ya lo hice. Nada. Es eso que en su momento se le llamó “nueva narrativa francesa” o “nueva novela francesa”.
ESQUINA-BAJAN
Se pone el acento en la exploración del lenguaje, en la experimentación del lenguaje, no en la anécdota o historia a contar. No hay sexo, no hay comida, no hay tiempo; los personajes, los escasos personajes, no van al baño, no tienen pasiones, no tienen Dios, nada. Pero, hay un texto que me gustó y se anuda perfectamente con esta fecha de disfraces, bailes y salones suntuosos (si, recordando también aquella película de Stanley Kubrick, “Ojos Bien Cerrados”, con una Nicole Kidman soberbia), es el texto de “Teoría del Disfraz”. Un texto más filosófico que descriptivo. De hecho, tiene como subtítulo, “Una investigación acerca de la naturaleza interior de la realidad”. Este es el mejor Salvador Elizondo que he leído.
¿Usted de qué se ha disfrazado, estimado lector, lectora? A partir de esto, de elegir un disfraz para un baile de beneficencia (el fin es recabar fondos para los hijos del “Gremio de Prostitutas Tituladas”), Elizondo realiza todo un tratado filosófico y retórico, no exento de un humor ácido y chisporroteante. El destinatario, el personaje recipiendario de la invitación para la gran gala de baile y disfraces, trata de justificar por qué no va asistir (no tiene un solo duro partido por la mitad, y considera poco galante asistir a semejante agasajo en traje de “Adán”) al convite, aunque en tiempos pasados, en años pretéritos fue disfrazado de “Parsifal” o “El hombre de Cromagnon”. Lacónico, escribe, “el paso de los años disminuye nuestro repertorio de identidades”.
Y es cuando esgrime su tesis nodal: “Nadie se disfraza de algo peor que sí mismo”. Caray, sin duda. ¿Usted de qué se disfraza, lector, lectora? Sigue Elizondo, su personaje delirante: “Puesto que nadie se disfraza de algo peor que sí mismo, sólo podemos conocer la naturaleza de alguien si para ello ignoramos su identidad”. Pero, ¿cuál es nuestra identidad realmente? Ya luego el narrador remata: “Si asistimos a un baile de disfraces sabremos automáticamente que todas las máscaras son el término superior al que aspira la inferioridad de los enmascarados”. Sin duda. Y de máscaras, los mexicanos sabemos mucho. El mundo del catch domina el mundo de la lucha libre, donde el 90 por ciento de los gladiadores usan máscara. Y en este País mexicano, donde lo más serio es la lucha libre, la inferioridad del mexicano aflora.
LETRAS MINÚSCULAS
¿De qué se va a disfrazar, estimada lectora? Yo le he pedido a Angelina, mi novia teibolera regiomontana, que se disfrace de enfermera: una bata corta, cortísima, con tacones, medias de red y liguero blanco… sin bragas.