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Tercera Sinfonía
Le ocurrió a la mente más prodigiosa de la humanidad y por tanto a su espíritu más torturado, hablamos de quien en vida llevó el nombre de Ludwig Van Beethoven.
En cierta etapa de su vida, el atormentado genio se contagió de una cierta simpatía rayana en la admiración por el general Napoleón Bonaparte, a quien consideraba un adalid de la democracia y el azote de la monarquía.
“Estaríamos mejor con Napoleón”, se le escuchaba decir con optimismo a Beethoven, quien tuvo la feliz ocurrencia de intitular su Tercera Sinfonía como su héroe político, “Buonaparte”.
Desafortunadamente toda esta devoción se fue directamente al queso cuando, en un arranque de ambición y vileza (muy típico en los seres humanos), “Napo” se proclamó Emperador Legítimo de Francia.
El desencanto se manifestó en forma colérica en el compositor, quien rompió el manuscrito original de su partitura y la rebautizó como actualmente la conocemos, “La Heroica”.
Con su corazón apachurrado por la decepción, el sordo se prometió no dejarse embaucar más por chaparros tiranos y lanzó una maldición contra cualquier músico que consagrara su talento a una causa política.
“Aquel que incurra en semejante ignominia, sea convertido en señora fodonga”, sentenció Beethoven y fue justo lo que le pasó a Juan Gabriel después de cantar “Ni Temo, ni Chente…” para la triste campaña de Labastida.
Yo digo que si vamos a experimentar en cabeza ajena, mejor que sea en una de las mejores cabezas de toda la Historia. “Don Beetho” aprendió que el prócer de hoy es el dictador del mañana y que más vale no quemarle incienso a nadie por muy meritorio que nos parezca, ya que podemos contribuir así a llenar al caudillo de aire caliente y más rápido se va a tomar atribuciones de majestad.
Aun así y, a riesgo de tener el día de mañana que comerme mis propias palabras (y lo que es peor, sin aguacate porque está carísimo), me atrevo a congratular al Diputado independiente por el Distrito 10 en el Congreso del Estado de Jalisco, José Pedro Kumamoto.
Como recordará, Kumamoto fue uno de los tres contendientes políticos sin partido que lograron algún cargo en las elecciones del año pasado. Pero aunque los otros dos proyectos sin divisa política (“El Bronco” y Manuel Clouthier) lograron la Gubernatura de Nuevo León y una diputación federal, “Kuma” se desmarca de ellos por su juventud y porque no tiene pasado que lo vincule a ningún partido político, es decir, éste sí es cien por ciento independiente, bajo en calorías y gluten free.
Recién leí un artículo sobre el despacho de este diputado en el Congreso jalisciense: Dice que a diferencia de sus compañeros de la 61 Legislatura, su oficina no es un espacio suntuoso. El intimidante escritorio detrás del que se esconden tradicionalmente los “representantes del pueblo” fue sustituido por dos islas de trabajo donde el joven legislador trabaja al frente de un equipo conformado por una politóloga, una comunicóloga, un abogado, un experto en relaciones internacionales y un artista digital.
Allí, sin falsas solemnidades, el equipo prepara sus iniciativas así como las estrategias para promoverlas dentro y fuera del recinto parlamentario. Allí comen si hay necesidad (nada de lujosas comilonas en restaurantes de lujo con cargo al erario), se atiende a los medios que lo solicitan, se discuten las posturas a defender, se lanza información a las redes sociales y se programan reuniones con los vecinos que Kumamoto representa.
Yo no sé si haya una mejor forma de manejar la responsabilidad de ser un representante popular, lo que sí es cierto es que no conozco a uno solo de nuestros legisladores, locales o federales, que trabaje de una manera parecida siquiera.
Los legisladores a que estamos usted y yo acostumbrados, como dije, se esconden tras la pomposidad de su cargo, eluden las preguntas difíciles de los ciudadanos incómodos, se hinchan con su sueldo y prestaciones, eso sí, reparten limosnas (apoyos) para aplacar a la borregada y están al servicio de la agenda del Ejecutivo.
No ha de sorprender pues que al Gobernador de Coahuila no le convenzan los candidatos independientes, y que prefiera la política tradicional.
“Los partidos son el mejor instrumento para garantizar la democracia y mantener la gobernabilidad. En un proceso en donde se ha tratado de desestimar la legitimidad de los partidos, corremos el riesgo de caer en la anarquía”, dijo hace no mucho Rubén Moreira.
¡Pero claro que está contento con la partidocracia! Si gracias a ella se ha instaurado un sistema de clases en el cual él y su gente dominan todo desde el piso superior. Por eso un Kumamoto les resulta de una extravagancia amenazante. ¡Claro, mi Góber! ¡Que vivan los partidos políticos a los que les debemos todo!
Me falta muchísimo para ser Beethoven, claro, y mucho también para que le componga una “heroica” sinfonía al diputado Kumamoto, aun así, el jalisciense me resulta todavía una figura ejemplar, digna de destacarse, mucho más que la de quienes hace ya bastante tiempo se convirtieron en emperadores.
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