Torpezas de la Historia

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Torpezas de la Historia

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Usted ya lo sabe. El pasado 1 de febrero un camionero peruano se llevó entre las llantas de su tráiler tres geoglifos de las famosas ‘Líneas de Nazca’. Le contaremos sobre esa y otras torpezas.

Hace dos semanas nos enteramos de que Jainer Jesús Flores, conductor de un camión peruano de gran tonelaje que intentaba evitar un peaje en la carretera Panamericana, acortó camino por lo que él creía un terreno baldío, sin advertir que estaba borrando los milenarios trazos de los geoglifos de Nazca. 

Las Líneas de Nazca son uno de los grandes misterios de las culturas precolombinas. Se trata de figuras realizadas en la superficie de una llanura desértica, que cubre un área de 450 km², y que plantean uno de los mayores enigmas de la arqueología mundial.

Se supone que los glifos  tuvieron una función ritual vinculada a la astronomía o a la religión, ya que sólo pueden se observados desde lo alto en el cielo.

Las Líneas de Nazca se ubican entre el kilómetro 419 y 465 de la carretera Panamericana, a 25 km de la ciudad de Nazca, en el departamento de Ica, en Perú.

Esos misteriosos trazos dibujados por los antiguos pobladores de Nazca, tienen formas de enormes figuras de animales, aves y dioses. Es el principal legado de la cultura Nazca (año 100 antes de Cristo).

Fueron descubiertos casualmente desde una aeronave en vuelo en 1927.

El camión que estropeó las líneas dejó huellas profundas de sus llantas en un área de 100 metros cuadrados, donde dañó tres de las figuras. 

Pero Jainer Flores, conductor del camión, no es el único torpe que ha destruido patrimonios culturales en un abrir y cerrar de ojos. Haremos un repaso a otras torpezas destructivas de la historia.

El árbol del Teneré
El Premio Nobel al mayor patán del siglo debería recaer en un camionero libio que en 1973 derrapó contra el ‘árbol de Teneré’, una acacia raddiana que crecía aislada y solitaria en medio del desierto de Níger, una de las porciones más áridas y terribles del Sahara. 

La acacia era la última superviviente de la cubierta vegetal que hace cientos de años cubría esa zona de África, convirtiéndola en todo un símbolo, pero también en un punto de reunión y un punto de referencia de las caravanas que se aventuraban en el desierto. 

Teniendo en cuenta que el desierto de Teneré tiene miles de kilómetros cuadrados, hay que ser muy  mostrenco para chocar contra el único árbol que había en toda esa región.

A lo largo de los siglos esa pequeña acacia, sirvió como punto de referencia para todas las expediciones que atravesaban el desierto de Níger 

Pero la peculiaridad del ‘árbol de Teneré’ no sólo residía en su crecimiento y supervivencia en mitad del caluroso desierto: se trataba del único árbol en cientos de kilómetros a la redonda.

Después de que el árbol fuera destrozado por el camión, los restos de la acacia se llevaron al museo Nacional de Níger, y en su lugar en el desierto, se colocó una escultura metálica que ahora le recuerda a los viajeros el punto exacto done estaba el ‘árbol de Teneré’.

Los albañiles la regaron
Ocurrió en 2012 en el pueblito francés de Yvrac, a 12 kilómetros al este de Burdeos. El propietario del ‘châteu Bellevue’, un palacete del siglo XVIII, contrató a una empresa de remodelamiento arquitectónico para remozar la propiedad, con obras que incluían el derribo de una pequeña dependencia que se había levantado junto al castillo en épocas posteriores. Pero al parecer los albañiles se enredaron con los planos, confundieron el este con el oeste y le metieron la piqueta al edifico principal.  El dueño —un adinerado ciudadano ruso— estaba fuera del país y cuando regresó lo que encontró en vez de su châteu del XVIII fue un solar yermo de 13 mil metros cuadrados. ¡Los albañiles habían convertido en polvo un edificio catalogado como ‘patrimonio nacional’!

El niño tropezón 
Un tropiezo lo tiene cualquiera. Pero el de este niño taiwanés, que entonces tenía 12 años, fue de los que no se olvidan. 

El infante paseaba tranquilamente por una exposición titulada ‘El rostro de Leonardo’, donde se mostraban imágenes de Leonardo de Vinci y de otros artistas italianos. Mientras caminaba por la exposición, el niño, que llevaba una lata de refresco en una de sus manos, tropezó con una tarima, y para no irse de bruces y dar con la cara en el piso, se apoyó en ‘Flores’, una pintura del italiano Paolo Porpora de 350 años de antigüedad, valorada en 1.5 millones de dólares, y le dejó un agujero del tamaño de un puño. 

Paolo Porpora (Nápoles, 1617— Roma, 1673), fue un pintor  italiano que se hizo famoso por sus cálidos bodegones compuestos de flores muy coloridas.

A martillazos contra La Piedad
 Sonado fue también el ataque que Laszlo Todt, un enajenado australiano de origen húngaro, llevó a cabo en mayo de 1972 contra ‘La Piedad’ de Miguel Ángel, una de las esculturas cumbres del Renacimiento. 

Este tipo se abalanzó sobre La Piedad con un martillo de geólogo al grito de “Yo soy Jesucristo y he regresado de la muerte”. 

Todt consiguió arrearle 15 martillazos a la estatua antes de ser detenido. La Piedad estuvo un año oculta para restaurarla y desde entonces se exhibe detrás de una pantalla de cristal blindado.

Se trata de una escultura que desde todos los ángulos se ve magnífica, con una Virgen María, joven, bella y piadosa, que sostiene a Cristo muerto, en una composición llena de ternura. 

Una limpieza hasta el fondo
La manía obsesiva-compulsiva por la limpieza puede salir muy cara, incluso sin necesidad de ir al consultorio del psiquiatra. 

En 2011 una empleada de la limpieza del museo Otswall de Dortmund (Alemania) decidió que una de las obras expuestas estaba un poco sucia. Y le aplicó el poder limpiador del estropajo. 

En realidad se trataba de una obra de Martin Kippenberger, un controvertido y polémico representante del neoexpresionismo alemán, del cual se exhibía una torre elaborada con tablillas de madera, titulada ‘Cuando los tejados empiezan a gotear’.

Al parecer la trabajadora pensó que las huellas de las gotas afeaban la obra, que estaba valorada en un millón de dólares, aunque probablemente usted (y yo), la hubiéramos confundido con un montón de maderas viejas armadas de manera muy extraña.

Al considerarla sucia y tratar de adecentarla, la encargada de la limpieza dañó la obra al rasparte la mugre que se había acumulado en la torre de 2.5 metros de altura, y en el recipiente al pie de la misma que completaba la obra. 

A la afanadora le pareció que la capa de ‘sustancias’ que cubría la madera y la artesa debía ser mugre acumulada desde su creación en 1987. Y creyendo que cumplía con su obligación, le dedicó un buen rato a limpiar toda la obra.

Una iglesia de más (o de menos)
Los pobladores del Barrio del Cristo, en el municipio de San Pablo del Monte, en Tlaxcala, estaban encantados con la nueva iglesia que les habían construido. Pero la antigua, ya vacía y sin dar servicio, afeaba la vista de la nueva. Así que una noche, la del 25 al 26 de julio de 2015, sin que nadie supiera cómo, la vieja capilla apareció totalmente derribada. 

Lo malo es que la antigua iglesia de San Pablo del Monte era una joya de la arquitectura colonial del siglo XVIII. 

Construida en el siglo 18 se encontraba catalogada como ‘monumento histórico’ por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Dicen que ni el obispo supo quien lo hizo (presuntamente la capilla fue destruida por acuerdo secreto de un grupo de  habitantes del barrio donde estaba ubicada. 

El selfie más caro de la Historia
Ocurrió el año pasado en una galería de arte en Los Ángeles, donde una joven estudiante se agachó para hacerse una selfie con un grupo de figurillas de cerámica. La chica perdió el equilibrio, empujó la primera estatuilla y las otras cayeron como fichas de dominó. El resultado: miles de dólares hechos polvo en menos de cinco segundos.

(Selector de Vanguardia)