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Un país sin miedo
Hay dos sentimientos que mueven a la gente de manera importante: el amor o el odio. A los totalitarios como los nazis, los leninistas y los estalinistas, los acicateaba el odio. En las sociedades políticas, principalmente las que nacen a partir del tránsito a la modernidad, se reconocen dos modelos sobre las ideas que alimentan la vinculación entre las personas, entre los grupos y entre las instituciones. Cada uno de ellos concibe una dialéctica propia que retrata la manera en que se entiende la vida social.
Para el primer modelo es la amistad cívica, que parte del respeto al otro y a su dignidad, se asienta en la tolerancia y en los valores de libertad, igualdad y solidaridad, que provienen del humanismo del Renacimiento y del Siglo de las Luces, cuya pretensión es recuperar la capacidad humana –que se perdió en el oscurantismo de la Edad Media – y en base al raciocinio encontrar la verdad. Es el modelo que concibe al hombre como el centro del mundo, lo que conocemos como antropocentrismo y privilegia la laicidad. Es el esquema de la sociedad abierta, de la democracia y de los derechos humanos. La convivencia parte de esos ideales de la ética pública y de los procedimientos que garantizan la satisfacción de las pretensiones y la solventación de los conflictos. En palabras de Séneca se sintetiza así: “El hombre es cosa sagrada para el hombre”. El segundo modelo es el de la dialéctica del odio, el de la relación social basada en el enfrentamiento. Es el modelo de la sociedad cerrada que elaboró Thomas Hobbes, sintetizada en la frase que se le atribuye, aunque nunca reivindicó su paternidad: Homini lupus homini, el hombre es el lobo del hombre. Cabe destacar que fue Carl Schmitt quien realiza la teorización actual. Fue la bandera de Adolfo Hitler, holocausto y exterminio de todo judío para asegurar la hegemonía de la raza aria. Ideología racista, en la que justificaron sin sonrojo alguno la persecución, la expropiación, la concentración y hasta el exterminio, sin proceso de por medio, con tal de preservar la sangre alemana.
Cuando el modelo de la dialéctica del odio logra introducirse en un sistema democrático y de libertades, utiliza las garantías y los derechos y los pervierte. Crispa la vida política y vuelve invisible a la democracia. Un sistema de esta naturaleza manipula a la población haciendo que afloren sus instintos primarios egoístas, la convierte en su víctima, de esto solo unos pocos se salvan. Esta descripción retrata la realidad sociológica de nuestros días. La maldad de vuelve camaleónica, se convierte en lo conveniente para alcanzar su objetivo. El combustible que la nutre es el odio.
Una nación no va a serlo nunca si permite la violencia verbal o física en la relación política entre los diferentes actores sociales. La ausencia de respeto a las personas e instituciones acrecienta el conflicto social, igual que la descalificación a quienes piensan distinto. Se trata de actitudes que en nada contribuyen a la paz ni a la restauración del tejido social. La democracia se fortalece en la vigencia de las instituciones republicanas, nunca en la dialéctica enfermiza de la agresión verbal, ni en la amenaza embozada, ni en la calumnia desvergonzada, ni en todo aquello que se lanza para dañar la imagen del adversario sin argumentos de por medio, porque el único objetivo que persiguen es desprestigiarlo.
No permita usted campañas políticas que sigan deteriorando a nuestro país institucionalmente, no escuche arengas cargadas de odio, exíjale a los candidatos que mesuren su lenguaje, que le expresen “cómo” van a lograr acabar con la inequidad, cómo van a acotar a la corrupción en todas sus modalidades, cómo van a desmembrar a la delincuencia organizada, cómo tienen planeado mejorar de manera importante los servicios de salud pública y la educación que se imparte en las aulas a millones de niños y jóvenes, que le digan con claridad meridiana cómo van a convertirse en generadores de condiciones para que los mexicanos vivan de acuerdo a su dignidad de personas.
Hace unos días le pregunté a un buen amigo que me dijera con qué México sueña él y esta fue su respuesta: “Sueño con un país donde la discriminación sea abolida y se respete la ley, donde los políticos no sean corruptos (sin ofender a quienes no lo son, porque aunque poquitos, también hay), donde la pobreza se combata en serio, donde la solidaridad sea parte de nuestra genética, donde la gente, toda, nos esmeremos en cuidar el medio ambiente y nos ocupemos de tener ciudades limpias, donde nadie se quede sin estudiar, donde todas las personas tengamos trabajo para sostener con dignidad a nuestras familias y por último, donde podamos recorrer las calles y las plazas sin miedo… ¿será mucho pedirles a quienes toman esas decisiones en la esfera pública?”