Un viaje por India

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Un viaje por India

Viaja ligero / Si tienes planeado un largo viaje, no empaques ropa para cada día, empaca cosas que puedas usar en diferentes ocasiones.
La viajera Lucía Ruiz Simón nos cuenta su experiencia al viajar por este país y hace algunas recomendaciones para quienes quieran vivir esta aventura

MADRID.- Cuando dices en tu entorno que te vas de viaje -que no de vacaciones- a la India, hay opiniones encontradas. Al añadir que vas con una organización low cost las alarmas se disparan.

Los que más me conocen sabían que me costaría arrancar, pero que una vez que mi curiosidad había chocado de frente con la posibilidad de hacer Expedición India, no había vuelta atrás. Tuve que escuchar muchas preocupaciones de personas que me tienen en estima, a saber: suciedad, inseguridad, calor, enfermedades, pobreza, acoso sexual y otros tantos problemas.

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Para tranquilidad de todos, les voy a contar como ha sido “mi India” y, para ordenar un poco todas las sensaciones, voy a tomar prestado un método que sugirió una de mis compañeras de viaje (¡gracias Cristina!), el descubrimiento sentido a sentido de un país que es en sí un subcontinente y que, como mandan los santos cánones de la literatura viajera, definiré como un abanico de contrastes.

Olfato
Es cierto que en la India muchos de los sistemas de canalización y saneamiento no son como los occidentales y el olor en los wc de los sitios públicos son tan poco agradables como los de todo el mundo. Ahora bien: no es tan fiero el león como lo pintan. Yo que tengo el estómago bastante sensible a los olores fuertes, y no he sufrido por este tema.

India también huele a la montaña más pura en Manali, a los polvos de talco de los niños acogidos en el orfanato de la Madre Teresa de Calcuta en Agra, a petricor”.
Lucía Ruiz Simón

La India también huele a la montaña más pura en Manali, a los polvos de talco de los niños acogidos en el orfanato de la Madre Teresa de Calcuta en Agra, a petricor (palabra preciosa que significa olor a tierra mojada) cuando arranca el monzón, a las hierbas aromáticas con las que se creman los cadáveres a orillas del Ganges o al incienso de las ceremonias hinduistas.

Y para terminar, personalmente, la India también me ha olido, y mucho, a repelente para los mosquitos, ese gran acompañante de viaje con el que se pretende ahuyentar el miedo a la malaria.

Oído
Vale, las ciudades de la India, por la menos la que yo he visitado, padecen un tráfico bastante caótico y a los conductores se les ha quedado una mano pegada al claxon.

Pero hoy, sentada delante de la computadora con el sonido de un aire acondicionado de fondo, más que ese caos recuerdo el sonido del “ommmmm” de una clase de yoga al amanecer en mitad de un pinar en el Himalaya, del “coffe, coffe” de los camareros de los trenes nocturnos y el de la banda sonora de “Sultán“, un auténtico éxito del cine de Bollywood. Me quedo también con las risas incontroladas en tuc-tuc que se abría hueco en el asfalto mojado de Jaipur y con los desafines en un “bus” convertido en discoteca. Para no olvidar, el susurro de conversaciones intensas combinadas con carcajadas en viajes en autocar de más de doce horas.

Tacto
En este tiempo, el contacto con este país a través del tacto tiene un protagonista: la humedad propia del monzón. Y la lluvia. Porque cuando dice a llover, no hay remedio, te calas sí o sí.

Una vez que asumes esta realidad, puedes dedicarte a experimentar otras sensaciones. Como la de las bendiciones de un santón a orillas del Ganges o la de una sacerdotisa en una aldea de la montaña que me dedicaron todo tipo de parabienes, el acercamiento con los turistas locales a quienes les encanta llevarse la imagen de los occidentales en su álbum de vacaciones o el abrazo de un bebé que no quiere que lo vuelvas a soltar en su cuna del orfanato donde vivirá hasta que se haga mayor, y es toda una suerte.

Vista
Hubo un momento en el que me negué a intentar captar todo lo que estaba viendo en fotografías. Primero, porque no contaba con dispositivos de buena calidad y, segundo, porque no quería perderme todas las imágenes mentales que me dejaba en cada mirada. Hay instantáneas de la India que te pegan pellizquitos en el alma, como las de las familias que viven en condiciones infrahumanas en los slam (fabelas), pero que son tan humildes como amables y sonrientes;  o la de multitudes esperando no sé muy bien qué en las estaciones de tren.

Si busco flashes en mi memoria, me viene la cara de agotamiento de un estampador de un telar, de la sonrisa sincera de un guía que durante unas jornadas se encarga de transmitir la verdad de su mundo natural montaña arriba, de una novia tan bella como asustada el día de su boda o de la abuela de un novio ataviada con un collar de billetes.

Me quedo con la mirada de los niños en los colegios, con sus bailes de agradecimiento por un pequeño gesto de solidaridad y con la sonrisa de la mayoría de todos aquellos con los que me topé.

Para los curiosos y amigos del reino animal, os contaré que también he visto elefantes, monos, ardillas, cabras y multitud de vacas que sí, son sagradas y viven como reinonas. Se paran donde quieren, ya sea la puerta de un templo o de una casa, o en mitad de una carretera con más de diez carriles. Verídico.

Gusto
No todo ha sido idílico. No me gusta generalizar, pero en mi India toda la comida pica. Como nota positiva, me traigo en mis papilas gustativas el sabor del té indio y de las fresas silvestres en el Himalaya.

Y como no podía de otra forma, me acabo de dar cuenta de que he vuelto a caer en el individualismo. Esta no es mi India, es nuestra India, la que he conocido 21 personajazos más, a cuál más auténtico. Gracias Atomarpormundo.com por convertir estos catorce días de mi vida en una experiencia, una aventura exprimida al máximo.