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Una educación para el siglo XXI
Tradicionalmente nos han enseñado que para ser exitosos —mi madre me decía que “para ser alguien en la vida”— tenemos que ir a la escuela, cumplir con las tareas que nos dejan, leer cuanto los maestros nos asignen, estudiar todas las materias, aunque no nos gusten algunas de ellas. Y bajo estos lineamientos discurrió la vida de la generación a la que yo pertenezco, y lo mismo transmití a mis hijos. Y sigue vigente este modelo tradicional de educación. Hoy, yo diría, que desde que nacemos ya somos alguien y que es de nosotros mismos de quien depende ser exitoso, partiendo de que esto es muy subjetivo, pues cada quien tiene su idea de lo que es serlo. Particularmente estimo que las personas son exitosas cuando de entrada, les gusta hacer lo que hacen, cuando disfrutan la actividad a la que se dedican, porque esa actividad les representa y les permite desarrollar sus talentos y descubrir y/o fortalecer sus habilidades. Imagine el éxito de una nación cuando las inteligencias múltiples se conjugan y se ponen al servicio de la institución, de la empresa o de la comunidad de la que se es parte.
Estamos en 2018 y me parece que es importante hacernos una serie de replanteamientos al respecto, es decir, de cómo deben de ser educados los niños y los jóvenes de estos tiempos y de los que vendrán después. Porque quienes ocupábamos los salones de clases hace 50 o 60 años, ni por asomo son los mismos que hoy día tienen un asiento en una escuela primaria o secundaria, hoy al frente tienen una computadora y con un teclazo pueden estar en cualquier sitio del mundo. Su realidad es bien distinta de la de mi generación, y eso modifica las formas de pensar y de soñar, por lo que considero que seguir basando su aprendizaje en el mismo sistema educativo con el que se enseñaron sus padres y sin duda muchos de sus abuelos, pues no debe ser el mismo.
Durante dos décadas de mi vida tuve la fortuna de estar frente a grupo, no con niños, pero sí con jóvenes preparatorianos y de licenciatura, y hoy que veo a la distancia las experiencias que viví con ellos, me atrevo a expresar que para que una persona sea exitosa no necesita ser el número 1 en Física o en Matemáticas, o una lumbrera en Biología o en Literatura, sino en recibir las herramientas oportunas y necesarias para que se conviertan en creadores de sus propias aspiraciones. El conocimiento con esta nueva manera de aprender llegará solo, y el desafío entonces estribará en que lo usen acompañado del bagaje de habilidades e inteligencias múltiples y emocionales para el desarrollo de un proyecto, de un emprendimiento y que no solo modifique su forma de pensar y evolucionar como individuos, sino como integrantes de una sociedad auténticamente solidaria y subsidiaria. Y solo entonces lo postulado en el artículo 3 de nuestra Carta Magna cobrará vida. Porque la educación en los preciosos términos en los que la concibió el legislador continúa en aspiración. Revise por favor los criterios de los que debe partir, léalos, entérese de la mentira en la que hemos vivido. ¿Democrática, nacional, de calidad y que contribuye a la mejor convivencia humana?
La educación empodera a las personas, les enseña a pensar de manera autónoma, los hace libres en toda la extensión del concepto, fortalece sus acciones, los hace positivos y los vuelve resilientes. A las nuevas generaciones de mexicanos es esencial educarlos en la cultura de la meritocracia, en el fomento de una filosofía que valore el esfuerzo y enriquecida en los valores que requerimos los humanos para que nunca se nos olvide que lo somos. Se acercan grandes transformaciones, y serán estos jóvenes los encargados de su implementación, de su conducción, de su seguimiento, de ahí la relevancia de que se les eduque en la mística de la inclusión y del servicio, porque sin estos cánones, la violencia, la marginación, la corrupción, la indiferencia y todos esos males que engendra la ausencia de vínculos que la generosidad y la tolerancia alientan, acabarán por hacer miserable la existencia de cada habitante de este noble y amado país. Hoy estamos viviendo horas muy aciagas, hay quienes se empeñan en sembrar y alentar el odio y la discordia entre hermanos. Si a los futuros conductores del país, desde los diferentes ámbitos en los que les corresponda estar, no se les prepara para contener semejante embate, el desplome será inconmensurable.