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Una historia en el bosque
Te ha dicho que van a ir al bosque, a un sitio en donde hay una cascada. Lo que no te ha dicho es que vas a entrar a un cuento de hadas. Y no tienes miedo porque la bruja del bosque eres tú . O eso deseas: poblarte de musgo, madera y flores desde el corazón, que tus palabras te devuelvan la celebración de la fertilidad que te inunda cuando hay luna llena.
Te ha dicho que irán a sentarse para estar, solamente estar. Y se adentran en una tarde de esbeltos pastos de oro que mece el viento helado suave y constantemente. Deseas vivir en ese paisaje eternamente. Y allí estás, solo mirando pasar las nubes que avanzan hacia el este, tumbada en un suelo suave, observada por los brazos de Shiva que en su multiplicidad le crecen al pino más cercano, desnudo por lo pronto de sus verdes agujas.
Esta es una tarde que envuelve a un trozo del mundo con montañas de una elegancia inigualable: tonos blancos en la punta, amarillos, ocres, morados y abajo, el verde oscuro de los pinos más cercanos. Este horizonte es una larga silueta que conversa con un cielo celeste. Y quieres un abrigo así, con esos tonos, las crestas nevadas en la parte superior y que lo incluya todo, al final el verde intenso.
Te llevó a descansar del rumor de la mente revuelta. Y entras. Avanzas por un sendero donde hay agua hecha cristal, el agua que se detiene cada tramo para ser espejo. Y tomas esas gotas que penden de las piedras y las trozas con los dientes. Se vuelve el agua necesaria en tu andar.
Los árboles observan y laten, algunos muestran sus cápsulas de terciopelo, que apenas dejan ver el hombro del vestido verde que vendrá.
El rumor del agua acompaña el descenso. Llegan a un lecho de rocas y musgo. Él toma agua para diluir el color de su tinta, comienza a trazar. Tú decides entrar en contacto con el sitio a través del sueño. Buscas que te diga cosas que no te dirá con los ojos abiertos. Te acodas en una pared de roca y finalmente, con el canto del agua como arrullo, duermes.
Al despertar, te ofrece una tinta del color de la tierra, con ella trazas el esqueleto de uno de los pinos. El viento avanza con su aliento frío y el Sol empieza la huida. Son momentos que congelas en el tiempo como la cascada estática que el Sol en este día no logró fundir.
Las pisadas crujen en el sendero de pasto y hielo. Hay un ardor lejano en el ocaso y el recuerdo de la noche entre los oyameles altos, mientras ambos permanecían en silencio, sentados en las raíces vegetales, con ojos atentos, rodeados de la oscuridad frondosa, escuchando el viento filtrado entre las agujas y los latidos de cada corazón que acrecentaron su intensidad al subir esa elevación. Allí, en la noche del bosque, cada pulso fue claramente audible.