Una mala educación termina costando muy cara

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Una mala educación termina costando muy cara

Se ha dicho en todos los tonos posibles y a propósito de múltiples aspectos de la vida pública: la más poderosa herramienta con la cual una sociedad cuenta para progresar es la educación. A tal idea habría que agregar que también ayuda a disminuir el riesgo de cometer costosos errores.
 
El comentario viene al caso a propósito del reporte periodístico que publicamos en esta edición, relativo a las probables causas del incendio registrado en el Cañón de San Lorenzo y que, hasta ayer, había consumido unas 400 hectáreas de matorral.
 
De acuerdo con la información que han dado a conocer las autoridades, el siniestro habría sido provocado por un grupo de jóvenes que, de visita en el lugar, habrían encendido una fogata con el propósito de asar unos elotes. Cinco personas fueron detenidas, hasta el cierre de esta edición, como probables responsables de lo ocurrido.
 
La hipótesis respecto de las causas del incendio remiten a las deficiencias de nuestro sistema educativo pues, de confirmarse la misma, estaría exponiendo la inexistencia de una conciencia mínima entre la población respecto de los riesgos que implica el encender una fogata en el campo, y no asegurarse de apagarla de forma correcta.
 
El planteamiento se refuerza con una observación que deriva de lo ocurrido en el pasado período vacacional de Semana Santa, durante el cual el número de personas que visita las zonas rurales de la región se multiplica: la presencia de vacacionistas deja como saldo toneladas de basura diseminada en el campo.
 
Este hecho evidencia que hemos fallado al momento de concientizar a nuestra población respecto del negativo impacto que causamos en la naturaleza, al no hacernos cargo de nuestros desperdicios, y pareciera demostrar la existencia de una idea según la cual muchas personas consideran que es obligación del Estado realizar las labores de limpieza de las áreas comunes.
 
Es probable incluso que quienes dejan basura o prenden una fogata en el campo ni siquiera sean conscientes de los riesgos inherentes a dicha actividad, y encuentren perfectamente inocuo abandonar una lata de refresco, la envoltura de cualquier alimento o, como en este caso, dejar rescoldos de una fogata sin apagar.
 
Lo peor de esta realidad es que, como demuestra la existencia del incendio que está consumiendo el Cañón de San Lorenzo, estas deficiencias colectivas no las compensa la realización de campañas de difusión temporales que advierten, durante los períodos vacacionales, de los riesgos que implica la realización de actividades al aire libre.
 
Y es que la posibilidad de generar una cultura de la responsabilidad no puede ser confiada a un anuncio de 30 segundos en la radio, o a la imagen de un cartel pegado en los árboles de nuestras sierras. Esa posibilidad sólo puede descansar en la consolidación de un sistema educativo que nos convierta a todos en protectores de tiempo completo de nuestro medio ambiente.
 
Mientras no transitemos por esa senda, imágenes como las que estamos presenciando en estos días seguirán reproduciéndose y generando un riesgo creciente para nosotros mismos