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Uróboros
Si no mal recuerdo, al final de la pasada entrega le dije algo así como: “siga en sintonía, volvemos después de unos importantes mensajes de nuestros patrocinadores”.
Claro que yo no sabía que en vez de anuncios de cerveza y detergentes milagrosos, íbamos a ver el avance de la nueva y épica súper producción “El Fin del Mundo”, en la cual los humanos tienen que luchar contra inundaciones, terremotos y otros cataclismos enmarcados en el ominoso contexto de un agorero eclipse solar. Creo que nomás nos faltó una invasión alienígena y una goliza del Cruz Azul para sentir que vimos de todo.
Me veo casi en la necesidad de pasar lista de asistencia para saber si estamos bien, si estamos completos, si no se nos quedó alguien calaca durante el fin de semana.
¿Estamos todos? ¿A dónde se fue el gordito que es muy platicador? ¿Y la de las trenzas? ¿En las gorditas? Muy bien, continuemos:
Decíamos que la corrupción es bolillo nuestro de cada día. Es más, me aventuro a decir que si transcurren 36 horas sin que nos enteremos de un nuevo escándalo de corrupción, comenzamos a experimentar cuadros de ansiedad aguda, a las 48 horas hay histeria masiva, y pasadas las 72 horas nuestras células comienzan a perecer y nosotros en consecuencia.
Pero —¡Bendito mi Pare de Sufrir!— el entripado mañanero nunca nos ha de escasear.
Decíamos también que, en materia de corrupción, los hechos que en Coahuila se llegan a hacer del conocimiento público, se caracterizan por dos linduras: Primero, que el Gobierno los habrá de minimizar cuando no a ignorar o desconocer por completo. El sutil arte de hacerse pendejo ha alcanzado en nuestro Estado cumbres tan elevadas como las que la pintura logró durante el Renacimiento.
Y dos, que sea cual sea el acto de corrupción, así se trate de un multimillonario desvío de recursos o de la desaparición de una caja de clips en la dependencia más godín de la administración estatal, la hebra más gruesa de la madeja conduce, sin mucho proponérnoslo, a cualquiera de los dos monarcas que nos ha dado la actual dinastía.
Simplemente, en el reciente caso de la “Privada de los Ferrari”, salieron dos líneas argumentales en las que, sin gran esfuerzo y como no queriendo, alcanza a aparecer de rebote el exgobernador, exlíder del PRI, excandidato por el Partido Joden, y ahora líder moral de esa naciente fuerza política llamada de manera tentativa el Partido de la Gente, Humbertico Moreira.
La corrupción, reflexionábamos también, no es un fenómeno que se pueda aislar para tratársele y extirpársele como a cualquier tumor.
Para nada, la corrupción durante los últimos once años hizo metástasis en Coahuila y nos tiene invadidos hasta los tuétanos. ¡Qué feo!
De allí que salir con un Sistema Estatal Anticorrupción podría parecer como un bien intencionado curita para sellar un boquete como el que hundió al Titanic, de no ser porque, tratándose de un remedio implementado por la misma mano que todo lo ha corrompido, dicho parche no es ni siquiera un paliativo, sino un poquito más de cáncer, pero con un ligero Twist de limón.
Me da mucho gusto ver cómo diversos colectivos y organismos no gubernamentales se manifestaron frente al Palacio Rosa en repudio a un sistema anticorrupción promovido por el Poder Legislativo (alias el Poder Ejecutivo) en el que no se involucró realmente a la ciudadanía y que no garantiza el cumplimiento del propósito para el que supuestamente fue creado.
Lo irónico es que vivimos en una entidad en la que ninguno de sus representantes o gobernantes ha admitido jamás que exista la corrupción. No obstante, crean todo un sistema contra lo que —según ellos— nunca ha existido ni volverá a hacerlo. ¿O sea, cómo?
Y pese a que según su discurso la corrupción en Coahuila es un fenómeno tan raro que ni pinta estadísticamente, es el mismo Poder, y no la ciudadanía, el que se toma la atribución de crear un nuevo organismo para vigilar, otra vez ya le digo, lo que de acuerdo con ellos no existe.
Ello no obstará para que se bloquee cualquier esfuerzo civil por ciudadanizar un sistema anticorrupción realmente efectivo, lo que por consiguiente, fortalecerá al monstruo de las mil cabezas.
La corrupción es pues una serpiente mordiéndose su cola. Se le conoce como el uróboros, un símbolo de ciclo perpetuo que se alimenta de sí mismo.