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Vamos de shopping
Le preguntaban a un sujeto de Reynosa:
-Oye: y Fulano de Tal ¿es joto?
-No sé -respondía el sujeto, cauteloso-. Lo que sí te puedo decir es que parece demasiado fino pa’ frontera.
La vida fronteriza, en efecto, presenta problemas que no tiene la existencia en -digamos- el interior. Allá los procedimientos son más rudos, y por eso los caracteres deben ser más templados y más fuertes.
Quienes no íbamos frecuentemente a la frontera sentíamos temor ante el trámite de “la pasada” después de viaje de compras a Laredo.
-Abra la cajuela -ordenaba con tono perentorio el aduanal.
Resignados a lo peor obedecíamos.
-Trae mucho -decía el hombre aunque uno hubiera comprado nomás una bolsita de chocolates Kisses.
Dicen que a un pobre tipo que declaró no traer nada le dijo muy airado el revisor:
-¿Y luego esas botas?
-Son las que traigo puestas, jefe -replicó el lacerado-. Lo que pasa es que la cajuela del coche no tiene fondo.
¡Qué difíciles eran esas pasadas! Meneaba la cabeza el aduanal como diciéndonos que habíamos violado todas las leyes habidas y por haber.
-Usted dirá -balbucíamos nosotros.
-Bueno -cedía el aduanal-. Déme ai’ para el café.
El café que consumía el aduanal era muy caro, porque si daba uno menos de 20 pesos -sucedía en los años sesentas lo que cuento- el individuo hacía un gesto al mismo tiempo de desagrado y de desdén.
Las señoras que hacían el viaje sin señor, cosa muy rara aún, pero que se veía, eran más delicadas. Les daba pena entregar aquel billete en forma personal, y entonces lo ponían en el veliz, sobre los géneros. Abrían el tal veliz y el aduanal tomaba el billetito. Tal es un antecedente de lo que después se llamaría “simplificación administrativa”.
Así las cosas los aduanales se hacían ricos prontamente. Veía uno casas lujosas y decía:
-Ha de ser de un aduanal.
Se bañaban esos señores, pero -claro- tenían que salpicar. Las aduanas era industria cuyas chimeneas llegaban muy arriba.
Después las cosas se modernizaron, y vino lo del semáforo famoso. El principio es que la autoridad confía en el ciudadano, pero no tanto. Y son muy caprichosos los semáforos. Por ejemplo, en esta temporada de Navidad parece que se les funde el verde, y todos marcan rojo.
No cabe duda: se ha perdido algo de la nostalgia de “chivear”. En la pulga más próxima encuentra uno casi todo lo que en Laredo o McAllen se consigue. En los centros comerciales se hallan las mismas mercancías que antes se encontraban solo en “el otro lado”. Hasta las mismas tiendas de allá ya están aquí: Sam´s, Costco, HEB, Walmart... Más cómodo y barato –
Alguien dirá que no es lo mismo, que falta la emoción de la pasada. Si de emociones se trata, bastará con sonarle el claxon cinco veces a algún agente de tránsito, o sujeto sospechoso, y luego pisar a fondo el acelerador. Esa pasada también será emotiva.