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Veneno
Lo lamentable ya no es que el Estado de Coahuila haya sido arrasado por una horda de delincuentes capitaneados por una portentosa rata de ensueño: mitad roedor, mitad encantador de bobos (el priísta perfecto); ni siquiera que la posibilidad de ver algo de justicia penda (como la tecnología mexicana) de una improvisada y precaria componenda amarrada con el alambrito del pan Bimbo.
Lo peor es que al final de la hecatombe acabemos los ciudadanos peleados, sacándonos los ojos, profundamente enemistados por tratar de hacer ver al prójimo las cosas como nosotros las percibimos, mientras que la clase política (el grupo hegemónico, pero también la dizque oposición) continúa instalada en sus suntuosos palacios burocráticos, de Gobierno o parlamentarios, sin despeinarse siquiera.
Los que de por sí ya nos sentíamos agraviados, ahora nos sentimos doblemente ofendidos por las muestras de apoyo y adhesión hacia Humberto, “el Viejo de la Danza” Moreira (señor editor, el mote se lo ganó a pulso, pues hizo de su número coreográfico una de sus herramientas favoritas de populismo).
Así vengan las expresiones de simpatía de un pseudoperiodista o de los más humildes sectores de la población, para quienes nos sentimos ultrajados por el desfalco al erario coahuilense equivale a recibir una patada de Norris en las merititas gónadas.
Pero poco ganamos impugnando al periodista chayotero, o a la doña aquella que interpreta el infame “Bolero para Humberto. Op. 29. Para Guitarra y Becerro”, con balidos que no despiertan a Beethoven de entre los muertos nomás porque murió sordo.
Tampoco es particularmente redituable hacer escarnio del legislador que, antes orgulloso colaborador del pillastre Moreira Valdés, hoy evita los muy legítimos cuestionamientos reporteriles, entre escusados y mingitorios, en la azulejada seguridad del baño. Lo hacemos quizás por catarsis y porque es nuestro sacrosanto derecho. Pero por más que insistamos, no son ellos el problema en sí, sino apenas el daño colateral: Silencio, ignorancia y complicidad.
Pero es incluso el mismo Humberto Moreira resultado de un fenómeno todavía más grande y complejo (aunque ello no le exime en absoluto y todavía hago votos porque caliente cemento por varios lustros).
Humberto es por cierto, un fenómeno distinto al Joaquín “El Chapo” Guzmán, de quien ya perdimos toda perspectiva: Hay quienes lo ven como héroe a lo “Chucho el Roto”, otros como villano de Bond y para otros más quedó reducido a chiste de redes tras la “friendzoneada” que le dio la diva de los narcoculebrones, Kate “Reina del Sur” del Castillo.
Pero al menos en lo referente al “Chapo” estamos todos de acuerdo en que está mejor adentro que afuera; que si se fuga es culpa de la corrupción gubernamental; que si lo detienen es mero circo mediático y que su estatus ya no nos va ni nos viene, ya que preferiríamos en cambio tener una moneda fuerte en su paridad frente al dólar que diez Chapos en el bote.
Pero en relación a Moreira no existe tal consenso. Existe en cambio (y no dejo de asombrarme por ello) un sector que le vive en eterna gratitud y desea verlo no sólo libre y exonerado, sino de regreso en su devastada tierra natal, como candidato a algún puesto de elección.
No puedo evitar estremecerme, de verdad, al pensar que hay gente tan miope como para otorgarle a Humberto Moreira siquiera el beneficio de la duda. Sólo me alivio y me jacto de que ninguna de dichas personas pertenece a mi círculo inmediato.
Pero allí están, tan reales que desde hace un par de semanas intercambian denuestos, mentadas y diatribas contra quienes creemos que el asunto del Profe no es cuestión de diversidad de opiniones, sino asunto de unos muy evidentes hechos de corrupción y delincuencia, mismos que si no han sido perseguidos y castigados por la justicia nacional no es por su inexistencia, sino precisamente debido a la delincuencia y la corrupción que privan en nuestras instituciones.
Arrogarse el título de líder de opinión y reducir la catástrofe moreirista a un relativismo simplista, a una cuestión de meras apreciaciones, es “frankamente” irresponsable. Pero aun así, no es ese el problema en sí, sino sólo una de sus muchas caras.
El problema es que, como ya dijimos, estamos esperando justicia de instancias y gobiernos extranjeros, bajo la sospecha además de que la suerte de Humberto no la decidirá un juez, sino que será negociada por las altas esferas de la política internacional.
El problema es que nuestros Gobiernos, Local y Federal, no sólo son indiferentes y sordomudos ante las estruendosas acusaciones que persiguen a Humberto Moreira, sino que además se presumen cómplices del Profe, no por mí sino por el grueso de la opinión pública.
Como que el primero, el Gobierno Estatal, lo encabeza el hermano del propio Humberto (inaceptable aunque estemos, como en todo, ya muy hechos a la idea) mientras el segundo, la gestión Federal, se dice fue electoralmente financiado con parte de los miles de millones sustraídos de la contabilidad coahuilense.
Ergo: Humberto Moreira -o al menos su espectro- nos sigue gobernando y, para colmo, los ciudadanos nos queremos matar unos a otros con el mismo encono que dos hinchas antagónicos del futbol. En muchos sentidos, Humberto Moreira nos continúa rigiendo y, por consiguiente, envenenándonos a todos los coahuilenses.
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