Ver, juzgar y actuar

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Ver, juzgar y actuar

En cada nuevo lapso gubernamental se ha de dar autoelección.

Cada ciudadano se elige y toma posesión de su nueva responsabilidad en la vida pública de su comunidad.

Se publica y se difunde la toma de posesión de un nuevo gobernante. Lo relevante no es, sin embargo, un mandatario, sino captar cuál es el mandato y quiénes son los que lo dan.

El poder reside en los que serán gobernados. Ellos, con su voto mayoritario, otorgan ese poder y dicen qué Gobierno quieren tener. El mandatario, al ser electo, tiene que responder a una sociedad que puede aprobar o demandar, según sea el cumplimiento de lo mandado.

Esa sociedad elige también a quién la represente para recordar lo mandado y exigirlo en parlamento de libre expresión. El encuentro y diálogo periódico entre esa sociedad y quienes la representan hace posible la vigilancia y la insistencia para que los recursos que se aportan se destinen a cumplir el mandato. 

Lo más importante no es tanto quién haya recibido el encargo del bien común, sino qué tan consciente es la ciudadanía del papel que le corresponde. Cada ciudadano se elige a sí mismo para votar responsablemente. Se elige también para encontrar buenos representantes de sus intereses y de sus necesidades. Se elige a sí mismo para mantener actualizada la información y estar atento al avance hacia soluciones y resultados. Eso es la vida cívico-política de quien tiene el poder comunitario y lo vacía en el mandato que da al mandatario. 

La autoridad se convierte en servicio de a quien hay que dar cuentas constantemente, a quienes busquen información o la pidan. La autoridad no es lejanía o ausencia. Ni incomunicación ni, mucho menos, dominio opresor o succión de recursos sin destino claro. La sociedad es la que se gobierna para el bien de todos, valiéndose de los servidores públicos.

El mejor mandatario el que vive una sobriedad republicana sin ribetes monárquicos. Que se hace accesible, presente y actuante directamente, o a través de quienes nombra, para hacer posibles las acciones eficaces, dirigidas a los logros necesarios. 

Y la mejor ciudadanía es la que no se  concreta a sumar espectadores de graderío o críticos de café, sino a nucleares en grupos de reflexión dedicados a preparar las encomiendas que harán a los representantes. Así se garantiza que llevarán su voz para proclamación de leyes inteligentes y justas.

Se elige en realidad una forma de vida comunitaria en que tan importante es la honradez y la diligencia del mandatario como la incansable observación, juicio y acción de quienes han dado poder y mandato para que no haya males generalizados. 

Estilos anteriores no son siempre modelos a seguir, sino deficiencias y desviaciones a superar. El respeto a la persona humana y a la convivencia colectiva es responsabilidad de gobernantes y gobernados, de mandatarios y mandantes, de votantes y votados. 

En realidad nadie toma posesión. Lo que toma el mandatario es una actitud de donación al compromiso de rectitud y eficiencia y los ciudadanos, que dieron la encomienda, toman no una posesión, sino un compromiso de atención, reflexión y participación en la tarea de un Gobierno orgánico, solidario y honesto...