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Viajar al interior
Un antiguo cuento del Himalaya dice. “El maestro le insistía a su discípulo, una y otra vez, sobre el sosiego. ‘Deja que tú mente se remanse, se tranquilice, se sosiegue. Silencia el griterío de tus pensamientos’. ‘Pero, ¿qué más?’, preguntaba impaciente el discípulo. ‘De momento, sólo eso’. Y cada día exhortaba al discípulo a que se sosegase, superando toda agitación, y encontrase un estado interno de quietud. Un día, el discípulo, harto de recibir siempre la misma instrucción, preguntó: ‘Pero, ¿por qué consideras tan importante el sosiego?’. ‘Acompáñame’, le pidió el maestro. Lo condujo hasta un estanque y con un palo comenzó a agitar sus aguas. Entonces, preguntó: ‘¿Puedes ver tú rostro en el agua?’. ‘¿Cómo lo voy a lograr si el agua está agitada? Así no es posible’, protestó el discípulo, pensando que el maestro se burlaba de él. ‘De igual manera, mientras estés agitado no podrás ver el rostro de tu yo interior’”.
REENCUENTRO
CON LA VIDA
“En estos días he empezado a estar más sosegada, sin duda por mi recuperada soledad. He vuelto a experimentar una vieja sensación: la de volver a ‘poseer’ mi vida. Esto es, de poseerme a mí misma. De ir poco a poco encajando mi ser ‘para Dios’, de hacerlo ‘para’ él, o por lo menos, de ir enfocándolo, pieza a pieza, en ese sentido. Crear la propia existencia, perfilarla de aquí y de allá, pero “por dentro” cóncavamente. Detalle a detalle, limando, raspando, entresacando en un determinado diseño –no añadiendo, no aumentando– trabajo de escultor más que de constructor. Como mi vida es más quieta, puedo ir descendiendo a sus profundidades”. Así describe la escritora española Lily Álvarez su reencuentro con la vida.
Efectivamente, cuando uno se sosiega entonces sucede eso que también menciona Martín Desclazo: le damos la vuelta a los prismáticos para dimensionar lo sustancial de lo efímero, lo que realmente vale de aquello que es circunstancial.
Entonces vemos que los problemas que nos atormentan, en mucho, son sólo fantasmas imaginarios a los que hemos permitido apoderarse del timón de nuestra existencia a costa de la libertad y felicidad personal.
UN ALTO EN EL CAMINO
Como dice el cuento: si tiramos una piedra a un estanque y luego queremos ver el fondo, es necesario esperar a que la turbulencia pase, a que las partículas se asienten. De la misma manera, si deseamos hacer un arqueo del trecho andado, de lo vivido, padecido, llorado y también de lo gozado, entonces es recomendable buscar espacios de reflexión, entonces es recomendable estacionarse por un momento al lado del camino de la vida.
Y luego, sin el pesado equipaje, podríamos descender a las profundidades de nuestra alma, pero advierto: esta es una labor riesgosa, pues ahí mismo podríamos percatarnos de la tiranía del tiempo, de esos años que, sin aviso, se nos han escapado como si fueran estrellas fugaces, años que posiblemente no los llenamos del todo.
CRUEL VERDAD
Bajar a lo hondo del alma podría ser abrumador, pues ahí, en ese solitario silencio, se descubre lo mucho que se recibe y lo poco que a veces agradecemos de la abundancia de luz que gratuitamente la vida obsequia, y la ingrata sombra que en ocasiones brindamos a los demás; lo mucho que se ha tenido y lo poco que se ha compartido; los silencios obviados y las palabras que, desgraciadamente, hemos pronunciado; los minutos no gozados, las sonrisas escatimadas, los rostros endurecidos, la ácida crítica, la verdad guardada y la mentira otorgada.
Ahí también yace una cruel verdad: en demasiadas ocasiones andamos solamente sobre la cáscara de nuestras almas, viviendo la mayor parte del tiempo ciegos al amor, sin disfrutar el misterio de la vida, empalagados de nosotros mismos.
NO SE REQUIERE TANTO
Si nos aventuráramos a ir mas allá de la cáscara que recubre nuestras almas, tal vez comprenderíamos que no se requiere tanto para vivir, que lo más hermoso de la vida es lo que no se puede comprar con oro: escuchar esa hermosa música de Mozart o de Bach, el hijo que crece sin que podamos penetrar siquiera en sus sueños, el sí eterno otorgado al ser amado, las gracias sinceras, esas vacaciones de mochila al hombro, la carta recibida de un viejo amigo, ese perdón obsequiado o recibido, la bocanada de aire que tomamos en ese amanecer, ese rojo atardecer, ese helado de chocolate, ese gozo de trabajar, esa pinta que nos hicimos de la escuela, ese día lluvioso o soleado, ese descubrirnos aveces adultos y en ocasiones niños, esas equivocaciones, o ese abrazo de nuestros padres o hijos.
Solamente, cuando nos lanzamos hasta el fondo del alma es cuando sabemos que, paradójicamente, hay cosas buenas que provienen también del sufrimiento, de esas dosis frecuentes de pena y dolor.
MOMENTOS GRATUITOS
Abajo de esa cáscara veríamos que nadie es realmente pobre si se sabe descubrir algunos tesoros que son invaluables, por ejemplo el de la amistad –fortuna escasísima porque es muy difícil de encontrar y más difícil de otorgar–, ya que en estos tiempos olvidamos cultivarla, como consecuencia del materialismo que ha contagiado lo mejor de nuestro ser.
Insisto, más allá de esa envoltura de hierro se encuentran caudales de vida: paisajes por admirar, el canto de las aves, el olor a tierra mojada, el sabor de la comida, las ganas de regresar a casa luego de un viaje de trabajo, el perfume de las flores, el aire fresco, el animalito fiel que sin pedir nada nos acompaña, las sonrisas ajenas y los saludos de la gente, la salud, la cálida conversación, los recuerdos de la niñez y de los abuelos, que de paso sirven para estimular la jornada.
En ese descenso también apreciaríamos muchos bienes que son baratísimos: las buenas películas que nos hacen llorar o reír o pensar. La música que posee la magia de ensanchar hasta la más terca de las almas, el libro que impaciente espera en la noche, que deseamos terminar para volverlo a comenzar. Los juegos de mesa que compartimos con los que más queremos y esos hermosos reencuentros.
IR MÁS LEJOS
En las honduras del alma comprenderíamos que nacimos para practicar y gozar el oficio de vivir, aprenderíamos a querer a este preciso instante, que es lo único que verdaderamente tenemos, entonces abandonaríamos la loca terquedad de desperdiciarlo en tonterías, en pequeñeces, en juicios y prejuicios, en eso que precisamente nos ocupa tanto tiempo.
Yo sé que lo dicho arriba es muy difícil lograrlo, que el corazón esta hecho de carne y no de acero y, por tanto, es complicado vernos a nosotros mismos, además cedemos con mucha facilidad a lo superfluo, y realmente no estamos dispuestos a descender en nosotros mismos por los temores que nos asechan.
Siento pesar al saber que la mayor parte del tiempo solamente circulamos sobre la cascara de nuestra alma y si no nos esforzamos por llegar a comprender sus profundidades, posiblemente en el futuro recordaremos con nostalgia –y tal vez arrepentimiento– lo que no valoramos en su momento.
En fin, creo que para ser escultores de nuestros destinos, para ser libres y plenos, hay que atreveremos a viajar hacia nuestro ser interior, ir más allá de la superficie del alma, descender a sus profundidades, encontrarnos, y darnos cuenta de que al hacerlo podemos volver a nacer y que en este proceso, indudablemente nos arropa la misericordia de Dios.
cgutierrez.itesm.mx