Viaje a Egipto

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Viaje a Egipto

“Ve a muchas ciudades egipcias a aprender de sus sabios”, escribió Constantito Cavafis en su poema Ítaca. Y así fue, me hice a esos lugares: Rumor de insectos metálicos en una inmensa avenida de El Cairo: autos con abolladuras en sus caparazones, golpes pequeños que decoraban un centímetro sí y otro no, de sus siluetas. Sonidos de claxon en pleno Ramadán. Nos adentramos en ese río de asfalto, en donde como figura inservible, pendía un semáforo al que nadie hacía caso. Era un caos en el que cada vehículo avanzaba e intentaba colarse.

Al estar entre esos movimientos erráticos, entendí las abolladuras, pues a nuestros costados, había autos a una separación de 10 centímetros o menos. Los conductores sacaban sus cabezas, para ver hasta dónde giraban el volante y de paso, miraban que miraba. Yo los observaba entre preocupada y atenta en el asiento del copiloto, para ver qué tan cerca llegaban; en ocasiones se acercaron a una distancia de un escaso centímetro.

El sol estaba por ocultarse, y a un lado, un hombre, encima del cofre de su auto, le gritaba a otro elevando sus manos, como pidiendo ayuda al cielo. ¿Necesitaría atravesar la ciudad, y el ayuno de todo el día lo tenía en vilo? Entre los motores, una unidad negra y lujosa, contenía a una solitaria mujer que, envuelta en una burka -también negra-, al hacer sonar el claxon, desesperada, tensaba las telas de su ropaje. En los postes, altavoces comenzaron a dejar salir el canto sagrado. Este caos, allí era orden natural.

Los viajes son grandes modeladores del pensamiento; experiencias que permiten abrir esos otros ojos que tenemos en nuestros ojos, esos oídos que se despiertan en nuestros oídos, sabores forasteros que nos avivan la lengua, sensaciones que nacen en la piel, aromas que entran para ser nuevos perfumes del espíritu, tal vez antes ignorados, y luego del viaje, reconocibles.

Sí, fui a Egipto y a otros lugares a causa de sueños que nacieron en una comunidad guiada por un hombre ilustrado: Javier Villarreal Lozano. Un hombre formado por lecturas, viajes, periodismo y por la escritura de la historia.

Él nos regaló mundos de los que está hecho el mundo. Pero ahora quiero hablar del poeta: hace poco más de 10 años, Javier Villarreal escribió el poema La inalcanzable Ítaca, variaciones sobre Ítaca, el poema de Constantino Cavafis, del que cito dos versos al iniciar. Publicó 200 ejemplares. La edición tiene un texto de apertura titulado: “Carta abierta dirigida a quienes me han hecho bien y me tienen afecto”. Para nuestra fortuna, como escribió en su texto de apertura, está “lejos de la serenidad prometida a la vejez”, y añade: “mantengo intacta la capacidad de indignación ante la injusticia”.

Más adelante, el texto dice: “No respeto la riqueza, la fama, el éxito y el poder en ninguna de sus formas. El respeto lo reservo para la inteligencia y la belleza. (No necesariamente en ese orden). Algunos dirán que falta la bondad en mi lista, pero, como Óscar Wilde, pienso que la bondad es una forma de la belleza”.

Para finalizar cito un fragmento de La inalcanzable Ítaca: “¡Jamás llegarás a Itaca, errante Ulises!

/ Nunca atracarás de nuevo en el abrazo roqueño

/ de su hospitalaria bahía.

/ No hay tiempo ni tu nave es capaz de completar la travesía. / Pero, ¿qué importa?

/ ¿Dónde estará la verdadera Itaca?

/ ¿Acaso es la isla que, por donde el sol se oculta, / desafía al incesante oleaje del impredecible ponto?

/ Quizá, pero, ¿qué importa?

En las noches serenas,

/ cuando el viento apenas lame

/ la sosegada piel del tornadizo Egeo,

/ es hermoso tirarse de espaldas sobre la desgastada / cubierta /

para cazar estrellas /

y soñar con la inalcanzable Itaca.”

Vayamos todos, en búsqueda de nuestras Ítacas, que la disolución nos encuentre en la dicha de la travesía. 

claudiadesierto@gmail.com