Virtudes, un regalo para compartir; ‘tú eres la Navidad’

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Virtudes, un regalo para compartir; ‘tú eres la Navidad’

Estas fechas no solo son fiesta, sino que son una oportunidad para demostrar los mejores valores humanos

Dice el Papa Francisco: “La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del Amor. El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida. Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida.

La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.

“Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor. La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor. Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien.

“La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti. El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano. La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos.

La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y reestableces la paz, aun cuando sufras. La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado.

“Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti”.

HABLAMOS MUCHO…

En Belén “se cree o no se cree” por ello me parece absurdo que la Natividad del gran pobre hoy se refleje entre la ostentación del consumo, olvidando a tantos mexicanos que habitan en la desesperanza, la injusticia, la desigualdad y el abandono.

Poco sentimos a las personas que encarnan las impasibles cifras de la pobreza, ignoramos las penosas realidades en las que viven los descartados, los desposeídos. Así, hablamos de los indígenas o de los migrantes, pero no los pensamos, menos comprendemos como seres de carne y hueso: sufriendo, impotentes, muchas ocasiones viendo morir a sus hijos de hambre y enfermedades.

Parafraseando a la madre Teresa: “hablamos mucho de los pobres, de su abandono, pero no nos atrevemos a hablar con ellos”; y más aún, la mayoría carecemos de agallas para llevar la Navidad, durante todo el año, a sus chozas de lodo y carrizo, para intentar hacer de México un país justo.

‘EL SACRIFICIO’

Al viajar por la carretera rumbo a Monclova, Coahuila, precisamente poco antes de llegar a la conocida “Muralla”, observé ahí -en medio de la nada-, un letrero a punto de morir oxidado, anunciando un nombre por sí mismo desolador: “El Sacrificio”.

Entonces me acordé de mi ciudad en esta época: repleta de luces anunciando la navidad; las casas iluminadas; los nacimientos en los aparadores de las tiendas coexistiendo burlonamente con los gordísimos “santas” y los lujosos productos que se promueven. Recordé a las personas rebosantes en los centros comerciales, caminando dificultosamente, cargadas de agobios, tratando de comprar eso que los corazones ya no quieren o no pueden dar.

Recordé también la noche de Navidad en casa: la mesa puesta, el pavo, la cena, los abrazos, los copiosos brindis, los regalos y las felicitaciones. Y luego, comprendí que todo esto nada tenía que ver con la Natividad del “olvidado”: del Pobre de Belén, que nació en una paupérrima gruta.

 

EL VIEJO

A pesar del paso de los kilómetros no pude quitarme de la mente esa señal. Ese nombre, que refería una comunidad olvidada y abandonada, atascada en el tiempo, me martillaba la cabeza.

Imaginé el destino del camino que anunciaba ese poblado. Y, ahí, en “El Sacrificio”, en esa comunidad relegada, polvorienta, observé a un anciano, a un campesino con el rostro endurecido, con surcos en su piel morena curtida por el implacable sol. Tenía un sombreo mugriento, caduco por el paso del tiempo.

Su ropa sucia y harapienta. Sus manos ásperas, guardando tiempo envejecido. El viejo observaba la manera en que sus pequeños nietos jugaban con latas oxidadas en la tierra árida. Así, sentado, veía impotente sus estómagos abultados de hambre y olvido.

Así estaba el hombre, el pobre de México, impotente.  Muerto en vida ante la indiferencia de las autoridades, víctima de un sistema económico cruel, pensando que terminaría igual o peor que cuando nació hace 90 años. Pero también extinto por la insensibilidad de nosotros los “citadinos”, de los que celebramos pomposamente, artificialmente, entre comilonas, despilfarro y posadas, la Natividad del Pobre de Nazaret, de ese humilde como el mismísimo campesino coahuilense que sobrevive penosamente cerca de la ciudad.

Se me quebró el alma de vergüenza ante la mirada de este viejo. Ante su realidad. Esa profunda expresión, repleta de desesperanza, agobiada de populismo, de falsas promesas, de hurto, de engaño, de malos representantes, gobiernos y gobernantes, pero también de una insensible e indolente sociedad. Su mirada me reclamó responsabilidad. Me protestó humanidad. Humildad.

Imaginé lo que el campesino del poblado “El Sacrificio” pensaba: “¡Que se abra la tierra y nos trague a todos! ¿Y podría ser distinto lo que el viejo se decía a sí mismo? Nuestro campo, impulsor del desarrollo industrial de México, hoy es evidencia de un absurdo histórico. Ahí donde nació nuestra patria, hoy predomina la aridez, el desatino, la discriminación, el abandono, el saqueo y la hambruna.

Ahora, lo que se cosecha en las tierras y vidas de los pobres rurales, es la indiferencia de la mayoría de nosotros, de los que “vivimos” en las ciudades. Lo que abona los campos de México y los corazones de sus pobladores, es la amnesia de los más afortunados sobre la tremenda realidad de infinidad de desiguales mexicanos.

 

PENSAR…

Antes de celebrar la Navidad a “lo citadino” sería bueno adentrarnos en el camino que anuncia “El Sacrifico”, y ahí mismo sentir el suplicio que millones de mexicanos, hoy mismo, en este minuto, en la antesala de la Natividad, sobreviven en la tierra de los martirios, dejando su piel y vida en áridos surcos, en el polvo de sus incumplidos anhelos.

En la víspera de la Navidad, en lugar de apresurar nuestros bolsillos a gastar en regalos desposeídos de amor y repletos de ostentación, podríamos concientizarnos que en este México - que se afana por ser una economía globalizada-, hombres, mujeres y niños de comunidades rurales y de las mismas ciudades, sobreviven en inaceptable indigencia.

 

AGRAVIO

Si nos pensamos, frente a ese viejo, en “El Sacrificio”, nos daríamos cuenta que todos tenemos una enorme responsabilidad con la realidad que viven millones de mexicanos. Y ahí, fuera del ruido y el bullicio, sabríamos que personalmente debemos ofrecer un grano de voluntad para regar sus campos y esperanzas, para trabajar en hacer mas iguales a los desiguales.

Para vivir la verdadera natividad, sería bueno dejar de pensarla como un evento gastronómico, de comilonas, de fiestas desenfrenadas y regalos; pues, ante la indigencia de tantísimos mexicanos, esta actitud es un insulto, un agravio para ellos, para México y también, para nuestra personal humanidad.

 

SEÑALES

La Navidad exige considerar las abundantes señales que se encuentran al lado del camino de nuestra existencia, esas como la del “Sacrificio”, que manifiestan a los “otros”, a sus necesidades y permanentes angustias: a su indigencia. Propone también  que pensemos si acaso nos hemos ganado el privilegio - sin remordimientos - de anunciarnos una “Feliz Navidad”, si queremos una Natividad en donde solo lo material este presente, exceptuando el espíritu, las enseñanzas y el amor del “hombre-Dios” que nació hace más de dos mil años.

Para penetrar en esta meditación, es imprescindible bajar la velocidad de nuestras alocadas y muchas veces insensibles vidas. También es conveniente comprender que la Natividad eres tú y también soy yo. ¡Que son las obras y actos de todos nosotros la noche de Navidad!

 

cgutierrez@tec.mx

Programa Emprendedor

Tec de Monterrey Campus Saltillo

ALEJANDRO MEDINA