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Vivienda vertical
Los mejores esfuerzos de las ciudades por adaptarse a las nuevas condiciones que les impone su propio crecimiento son aún pálidos en muchos sentidos y en muchas de ellas.
La explosión demográfica en las ciudades capitales, debido a la ilusión de encontrarse en ellas con cualquier cantidad de oportunidades y posibilidades para el desarrollo, se ha vuelto cada vez más una constante.
Las pequeñas comunidades, deslumbradas desde hace tiempo por la magia que se presenta ante sus ojos de lo que la gran ciudad asegura ofrecer, se están muriendo. ¿Qué sostiene a los pocos pobladores que se aferran a ellas?
Les sostiene la mirada puesta en el paisaje recorrido desde la infancia, el olor de su leña quemada, aun a pesar del frío en medio de la noche y la luz del sol en toda su potencia y sin protección del mediodía. Les sostiene, en fin, la raíz. El sentido de pertenencia a ese suelo. A muchos, el recuerdo de sus mayores y el de ellos mismos arando una tierra que de pronto dejó de darles para más, cuando el agua que brotaba naturalmente se canalizó a las grandes ciudades por la demanda de la industria, siempre tan absorbente y decidida a expropiarlas.
Pues bien, ellos se quedan, y componen así un pueblo de pocos y ancianos habitantes. Los hombres más jóvenes se marcharon y con ellos las mujeres. En el pueblo las cosas se empiezan a arruinar y así, entonces, en otros tiempos sus mayores glorias: la capilla, la escuela y el depósito de agua.
Sí hay pueblos en esas condiciones aquí y en todas partes. Con suerte y quedan esos pocos habitantes. Lo otro son ruinas de lo que fue.
Los que salieron, como en el relato de Jacinto Cenobio que marcha a la capital, emprenden aventura en las ciudades que parecen envueltas en oropel. Surgen ante los ojos bellamente iluminadas, vibrantes. Luz y movimiento. Posibilidades.
La desgracia es el encuentro en un mundo distinto al que se imaginaron, cuando habrán de vivir trepados en el cerro, sin condiciones propicias para el desarrollo en áreas irregulares. Sin electricidad y hacinados. Si ello es terrible en sí mismo, lo es aún más el ambiente de inseguridad en lugares de esta naturaleza.
¿Qué hacer la ciudad? ¿Cómo planear el arribo en masa de quienes en ella confían sus expectativas de vida y crecimiento?
Agreguemos a ello el mundo hostil del capitalismo en que la búsqueda ya no sólo de los bienes y servicios básicos son los fundamentales. Hemos desarrollado una capacidad increíble para desear con ansiedad imparable tener las cosas que no sabíamos hace un instante que las necesitábamos. Y para establecer comparación con los demás de si tenerla o no lo hace a uno más feliz.
Saltillo es una ciudad de gran expansión. El crecimiento de las últimas décadas continúa exponencialmente. Una de las soluciones para que no se colapse ese crecimiento apuesta a la creación de viviendas verticales.
Es el gran reto actual para quienes trabajan en estos estudios, analizar la mejor manera para que el crecimiento de la ciudad avance armónicamente. De lo que se haga ahora y en pocos años dependerá cómo caminará esta ciudad en el futuro.
Sí a la vivienda vertical. Pero ella planeada en lugares estratégicos donde sean realmente efectivas y su uso eficiente y no donde puedan deslucir a la propia ciudad, implicando incluso el caos.
La vivienda vertical en el centro de la ciudad tiene por lo menos dos ángulos que dan para reflexionar. Uno de ellos, que quizá no tenga peso para quienes no amen esta ciudad, es el asunto estético. La vivienda vertical en el centro histórico lo ahogaría y rompería la vista de una de las todavía cosas más lindas que tiene Saltillo: su cielo.
El otro ángulo es preocupante y tiene que ver con la seguridad. Hacer edificios de condominios podría volver a la zona un atractivo para delincuencia, siendo vulnerables si no son ocupados por no estar realizados con todos los estándares indispensables. Cosas que suelen pasar, siendo así que muchos edificios van siendo paulatinamente abandonados. Focos rojos.
Muchos son los retos. La hora de decidir está en el ahora.