Y nos habituamos a eso

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Y nos habituamos a eso

Foto: Especial

 A Karla Hernández, por su acción y su voz
 
Era una niña que formaba parte del ochenta por ciento de los niños de este país. Como cualquier niño trepaba en los árboles disponibles. Jugaba futbol llanero, armaba expediciones en triciclo con primas y amigos. Lo único que plancharía con gusto, por la expectativa, sería el uniforme de primaria pública el primer día de clases.

En tercer año de primaria, un niño le dijo que quería un beso; ella, aterrada, le respondió que no. Pero eso no importó, él la persiguió por todo el salón ante la presencia de la profesora, una profesora que leía algo a lo que destinaba toda su atención. No entiendo por qué fue incapaz de interrumpir esa persecución que ocurría por el salón. Allá va la niña, arriba de mesa bancos, abajo, corriendo de un lado a otro. La profesora, inmutable, seguía leyendo y el salón era un caos.  En un momento, la niña logró llegar hasta el escritorio de la profesora y acusó al niño de querer besarla. La profesora la miró, como quien mira a una hoja de papel en blanco, y volvió a su lectura. En varias ocasiones ocurrió este episodio. La niña no volvió a solicitar la ayuda de la profesora.

La niña temía llegar al salón o encontrarse con el niño a la entrada o a la salida. El niño era alto y fuerte. Conocido por ser todo un caso en conducta, para mayor temor de la niña, vivía enfrente de la escuela. Pero ninguna autoridad educativa lo detenía.

Además, solía ocurrir que uno o dos niños, a la salida, persiguieron en varias ocasiones, a la niña y a su hermana, solo para provocarles miedo. Eran prácticas habituales: “si un niño te molesta es que le gustas”; se solía escuchar. Y claro, molestaban a las niñas.

El asunto es que iba aumentando la intensidad de ese “molestar”, por parte del sexo masculino. En la secundaria, era común sacar la vuelta a una o dos rutas, debido a que por allí se escondía algún hombre que buscaba exhibir sus genitales. Se elegían calles transitadas, porque en las calles solitarias, hombres a bordo de sus vehículos intentaban levantar a alguna estudiante. En una ocasión, el grupo de chicas fue interceptado por un hombre que iba desnudo adentro de su auto. Corrieron lo más rápido que les fue posible.

Años delante, entre matorrales y parajes agrestes, rumbo a la preparatoria, se escuchaban silbidos y otros sonidos que emitía algún hombre escondido. Se acudía a la preparatorio en grupos de mujeres y a veces se lograba que algún compañero se sumara a la ruta; solo así los hombres escondidos en casas abandonadas o detrás de vegetación, dejaban de molestar.

En la universidad, caminaba grandes distancias cuando no tenía dinero para el transporte público. Debía soportar chiflidos, acelerones de autos y exhibicionistas a las 6 de la mañana.

Y nos habituamos a eso en Monclova, en Saltillo y en todo México. En estos casos, no se estima en mucho la ayuda de la policía, porque no se cree en la policía en términos generales, porque incluso la policía ha perseguido mujeres y las ha privado de su libertad hasta el punto dela violación y el asesinato.

Y peligrosamente, ha sido considerado como regla en este país, que una mujer que anda por las calles, provoca con su sola presencia o vestimenta a un hombre; con ello se justifica el estupro y la ofensa. Ha sido aceptado el hecho de que una mujer que camina sola, sobre todo de noche, sabe a lo que se expone. Si anda de noche sola, seguro no será una mujer “decente”, ésta y otras tantas patrañas que incluso las mismas mujeres aceptamos y difundimos.

Karla Hernández, egresada como diseñadora gráfica, es una joven que formó parte del comité organizador local de la marcha Vivasnosqueremos este pasado domingo. Pero su presencia no solo se ha hecho sentir en esta ciudad con esta causa, igual lo ha hecho por los migrantes y los desaparecidos. Es una voz que también es acción.
 ¿Ayudaremos nosotros, desde donde estamos, con un pequeño acto sostenido al menos, a desactivar esta cultura de la violencia verbal, física y emocional? 
claudiadesierto@gmail.com