¡Ya basta! La indiferencia del hambre

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¡Ya basta! La indiferencia del hambre

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera
Millones de personas lo padecen y no tienen manera de saciarlo, al tiempo que otros desperdician los alimentos y despilfarran recursos

Según Martin Caparrós, en su libro “El Hambre” (Ed. Planeta), cada día mueren 25 mil personas en todo el planeta por causas relacionadas con el hambre; Caparrós también sostiene que en 1970 había 90 millones de desnutridos en África, cifra que para 2010 se elevó a 400 millones y que los países del primer mundo –donde se tira entre el 30 y 50 por ciento de la comida– permanecen ajenos e indiferentes.

El autor sostiene que “el hambre es la desigualdad: la forma más brutal, más violenta, más intolerable de la desigualdad”. No se trata de escases de alimentos en el mundo sino del endurecimiento del corazón humano. Es cierto, en el mundo no faltan alimentos sino corazón, como lo comenta Caparrós: “Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. Entre ese hambre repetido, cotidiano, repetida y cotidianamente saciado que vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con él, hay un mundo de diferencias y desigualdades”.

INDIFERENCIA

Mientras escribo estas líneas hay millones de personas que tienen hambre y no tienen manera de saciarlo, al tiempo que otros seres humanos desperdician los alimentos y despilfarran recursos.

Desagraciadamente, existen seres humanos que no pueden comer, que no tienen para comer, que literalmente se mueren de hambre, que son arrastrados todos los días por una intolerable e injusta indigencia.

Indudablemente, la primera expresión de la pobreza es el hambre (subnutrición, desnutrición, emaciación), y creo que existe una enfermedad que provoca esta situación, me refiero a la lepra del alma, que se distingue por la indiferencia e insensibilidad humana.

La gente sufre de hambre no porque exista un déficit de alimentos. El mundo produce suficiente comida para todos. Padece hambre porque carece de la oportunidad de ganar suficiente dinero para alcanzar sus requerimientos más básicos”.
Martin Caparrós, periodista.

REVELADORA

Hace ya tiempo, en este mismo espacio, comenté sobre una de las fotografías más dramáticas jamás publicadas, me refiero a esa en donde en el primer plano aparece un niño sudanés doblado sobre la tierra, casi moribundo, a causa del hambre. Un pequeño y desnutrido niño que dolorosamente se arrastra precisamente hacia el centro de distribución de alimentos de su paupérrima localidad. Unos metros más allá, un buitre observa, con serena paciencia, el desenlace del drama para iniciar su propio banquete.

Es una fotografía que hoy representa no solo el icono de la hambruna de África, sino del hambre que, como jinete del apocalipsis, se extiende por todo el planeta y que también, sin misericordia, cabalga en México.

La mencionada imagen es atroz. Reveladora. Impactante. De hecho, 14 meses después de que esta fotografía fue tomada, su autor Kevin Carter, periodista gráfico, recibió el premio Pulitzer del año 1994.

Pero otra tragedia acompañaría a esta dramática escena y tiene que ver con su autor Kevin Carter, pues en la plenitud de sus 33 años y a dos meses de haber recibido el codiciado premio, condujo su camioneta hasta el lugar que de niño solía jugar: un tranquilo espacio al lado de un riachuelo. Ahí conectó, mediante una manguera casera, el mofle a la cabina de su camioneta, el monóxido acabó con su vida. Dejó una nota póstuma: “en verdad, en verdad lo siento mucho. El dolor de la vida supera a la alegría hasta el punto que la alegría ya no existe”.

Las preguntas no se hicieron esperar: ¿Cómo pudo un hombre que movió el corazón de tantas personas con su trabajo fotográfico suicidarse cuando se encontraba en la cima de su carrera? ¿Qué lo llevó a tal decisión cuando, tiempo antes de recibir el Pulitzer, escribió a sus padres: “no puedo esperar en mostrarles el trofeo. Es hermoso, el más alto reconocimiento que mi trabajo puede merecer”?

¿Por que acabó con su vida después de haber sobrevivido a miles de peligros inherentes en su trabajo? Atrás de su suicidio hay historias ocultas, motivos profundos que rebasan las fronteras de su oficio, del desempeño de un trabajo. La hermana del periodista lo comenta con precisión: “la pena de sus constantes misiones para abrir los ojos del mundo en tantos aspectos de injusticia que hicieron llorar a su propia alma eventualmente lo atrapó”. Sus colegas también concluyeron: “pocos periodistas vieron tanta violencia, injusticias y deshumanización como Kevin”.

Tal vez, para evitar estas penas, al contrario de Kevin, las personas dejamos de ver la miseria que nos rodea y el dolor que de ella se desprende entonces, deliberadamente, nos volvemos inmunes ella y a sus consecuencias.

ESPECTADORES

Otra grave desdicha, silenciosa y sutil, acompaña a esa imagen. Ante el hambre, la injusticia, la corrupción y la violencia la mayoría de las personas somos simplemente insensibles espectadores. Contamos con millones de razonamientos y justificaciones para explicar la realidad, pero la mayoría somos indolentes observadores, vemos y aceptamos el despilfarro, la injusticia y la corrupción, pero, en lo privado, desperdiciamos alimentos y recursos.

Existe hambre en el mundo porque tenemos poco amor, porque abunda el egoísmo, la desigualdad, la indiferencia y una tremenda indigencia espiritual, no por la escasez de los alimentos”.
Carlos R. Gutiérrez, columnista.

ENDURECIDOS

Muchos formamos parte de un auditorio que tiene el corazón endurecido, practicantes de un doble juego: por un lado –en el mejor de los casos– tenemos una preocupación de pensamiento –intelectual– en relación con las atrocidades que observamos, condenamos en las palabras las injusticias que la “sociedad en masa” provoca sobre las personas más débiles. Y por el otro lado padecemos una apatía e indiferencia para involucrarnos en la solución de estas injusticias.

La mayoría sufrimos una inconsciencia entre la realidad que observamos, el pensamiento, las palabras y las acciones que individualmente podríamos emprender para que este mundo sea un poco –poquitísimo– menos inhumano.

DESPERDICIO

Es contradictorio que, ante tanta tecnología, existan personas con hambre; de hecho, “la gente sufre de hambre no porque exista un déficit de alimentos. El mundo produce suficiente comida para todos. Padece hambre porque carece de la oportunidad de ganar suficiente dinero para alcanzar sus requerimientos más básicos”.

Por otro lado, “los obstáculos para terminar con el hambre no son técnicos, ni financieros, ni agrícolas. La persistencia del hambre es un asunto humano. El hambre persiste porque hemos fallado al organizar nuestras sociedades en forma de asegurar que cada persona tener una vida saludable y productiva”.

Ante esta realidad, sería conveniente que tengamos en nuestra conciencia una interrogante que en su tiempo Juan Pablo II propuso y que hoy sigue siendo una pregunta vigente: “¿cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una obcecación fratricida?”.

YA NO MÁS

Existe hambre en el mundo porque tenemos poco amor, porque abunda el egoísmo, la desigualdad, la indiferencia y una tremenda indigencia espiritual, no por la escasez de los alimentos, y esta es la mayor tragedia de todas. Hay hambre porque nos ignoramos como personas, porque nos hemos acostumbrado a ver a la miseria como algo normal. Natural.

Supongo que la mayoría tenemos una conciencia imposible de engañar. Ojalá en ella quede indeleble la imagen en la cual un mundo con hambre se expresa sin palabras, ojala que de ella surja el grito que requerimos para despertar nuestra personal humanidad y entonces emprender acciones personales a favor de los que menos tienen.

OJALÁ

Dice el Papa Francisco: “el hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida (…) ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos para elegir una vida más sencilla?”.

Ojalá que en este 2019 no sólo nos preocupemos, sino que efectivamente actuemos por aquellos que en nuestro medioambiente inmediato padecen pobreza y hambre.

Ojalá que dejemos de ser despilfarradores y optemos por vivir en el beneficio de la austeridad. Ojalá que pongamos como un propósito para el 2019 despertar nuestra adormilada capacidad de amar y entonces cada uno, desde nuestras trincheras, luchemos en contra de la omnipresente indiferencia, de la desigualdad, del hambre y de la terrible miseria que, desagraciadamente, pueblan a México.

Ojalá que nuestro lema para este 2019 sea “Ya basta” y entonces actuemos en consecuencia.

 

cgutierrez@tec.mx

Programa Emprendedor Tec de Monterrey Campus Saltillo