He aquí algunos detalles poco conocidos, y muy interesantes, acerca del coronel Jesús Guajardo, el autor de la muerte de Emiliano Zapata, llamado por los pobres el Caudillo del Sur y por los ricos el Atila del mismo rumbo cardinal.
Jesús Guajardo era coahuilense. Nació en Candela, bella población del norte de nuestro estado. Niño aún, fue llevado a vivir en Saltillo, donde quedó bajo la guarda de una de sus tías maternas, María del Pilar.
Después de cursar la primaria en la Escuela Oficial No. 2, el jovencito Guajardo fue inscrito como alumno del Ateneo Fuente. Al parecer no tuvo mucha fortuna en sus estudios ahí, pues pronto salió del glorioso colegio. En seguida pasó al Colegio Civil de Monterrey.
Coincidió su llegada a la capital nuevoleonesa con el despertar de los briosos instintos de la juventud. Jesús -hablo de Guajardo, no del otro- tenía carácter áspero. Era altanero y reñidor. Cierto día fue a dar al hospital con una puñalada en la panza. Se la infirió un sujeto a quien el rijoso coahuilense le había robado la novia. Los gendarmes le pidieron al herido el nombre del heridor, pero Guajardo selló sus labios, pese a que conocía bien al puñalero.
Sólo por un milagro no murió a consecuencia de ese trance. Su tía Pilar, angustiada por las tremendas locuras del muchacho, se lo llevó a Saltillo otra vez, a una casa que tenía por la calle de Zaragoza. Una noche se le salió el sobrino, y durante dos semanas la pobre mujer no supo nada de él. Y es que Jesús tenía una pequeña cuenta que ajustar, y había ido a Monterrey a cobrarla. Buscó al sujeto que lo había apuñaleado traicioneramente, lo retó a un duelo a cuchilladas y lo mató, también de una puñalada en el vientre. Para el sujeto no hubo hospital que valiera.
Muy bien parecido era Jesús Guajardo. Quienes lo conocieron lo describen como un hombre de aventajada estatura, fornido, de cabello rubio rizado y ojos verdes. Jinete famoso, era supereminente tirador de pistola, capaz de acertarle a una moneda de un peso a 20 pasos de distancia. O a una moneda de 20 pesos a un paso de distancia, no estoy seguro. Pues bien: el Sábado de Gloria de 1913 don Venustiano Carranza atacó Saltillo. No era muy atacante don Venustiano, pero anhelaba vivamente que la capital del estado que había gobernado quedara bajo el dominio de la Revolución. Guajardo decidió unirse a los rebeldes. Supo que Pancho Coss andaba por el rumbo de la calle de los Baños, y fue a unirse a él. Se topó en una esquina con un grupo de pelones, soldados federales, que le marcaron el alto. Guajardo mató a dos de ellos con otros tantos tiros de su pistola y galopó luego hasta llegar a donde estaba aquel legendario jefe, Pancho Coss, a cuyas fuerzas quedó incorporado.
Se distinguió Guajardo en varias acciones militares. En otras no se distinguió tanto. Una vez, por ejemplo, le encargaron asaltar un tren en el que se sospechaba iba el general huertista Emilio Campa. Asaltó el tren, en efecto, y lo detuvo. Pero no encontró al general de marras pese a que lo buscó en todos los vagones, hasta abajo de los asientos y en los excusados. Vio, sí, entre los otros pasajeros, a una dama de muy bella presencia que viajaba con boleto de primera. Le presentó sus respetos y la ayudó a bajar del tren dándole la mano, pues la señora le dijo que le era urgente continuar su viaje, ya que debía encontrarse con su esposo en Monterrey. Caballeroso y educado, el coahuilense le pagó un automóvil a la viajera a fin de que la llevara a la estación de ferrocarril más cercana para que ahí tomara otro tren.
Al día siguiente se enteró Guajardo, mohíno y consternado, de que la bella dama a la que ayudó con tan buena voluntad, y de la que andaba ya enamorándose, era el general Campa, quien para escapar de los revolucionarios se había disfrazado de mujer, como la muchacha danesa. ¡Esos eran hombres!